Tengo hambre...

Sucede que siempre tengo hambre.
Desde que tengo uso de eso que los hombres llaman razón -dudo de su existencia en mí- me he dedicado a mendigar alimento, no importaba el horario, la estación o el tiempo vivido; yo simplemente sé que a hombre que veía leyendo textos desconocidos, a mujer que oía comentar ideas raras, a cantores que entonaban cánticos antiguos, a niños jugando, a artistas desolados... a todo ser que poseía algún tipo de alimento que yo ignoraba, yo le pedía, le rogaba, le recriminaba que saciara mi hambre.
Todo esto era provisional, pues apenas me alimentaba, buscaba nuevamente comida. Creo padecer de algo así como la gula, me posee y no hay sentimiento o pensamiento que pueda liberarme de ella; siempre estoy buscando más y más alimento, nunca termino de llenarme, a veces pienso que voy a estallar y que no voy a llegar a saborear cada extracto de comida; pero luego creo sentir como si no hubiera probado nada, como si nunca me hubiese llenado, entonces todo comienza nuevamente; la cadena continúa y yo no logro entender a que se debe mi necesidad de alimentar mi conocimiento. No entiendo porque quiero saciar mi hambre de sabiduría.

Otro Sin Título

En el fuerte viento que se lleva la última bocanada de humo, cree oír su presencia, toma el residuo de cigarro y lo ve consumirse con la ilusión de que esta vez saciará completamente la ansiedad contenida. Tratando de justificar la inútil espera y queriendo alentar el nuevo intento fallido, susurra para sí mismo: "Esta vez, sí vendrá".

Nuevamente no aparecerá y –como tantas veces ya pasadas- él regresará desilusionado a sus habituales actividades, tratando de maquinar un nuevo encuentro. Desde aquella vez sucede así: cuando oye el desesperante murmullo de la gente, en el triste aullido de los perros, en el momento preciso en que huele a su amante favorita, cuando se cree dominado por extraños sentimientos, cada vez que se entrega a los placeres del cuerpo y del alma, al presenciar los melancólicos atardeceres y hasta en su siniestro retrato de hombre insignificante, reflejado por el viejo espejo; cree percibir la feminidad que desde tiempos inmemorables espera.

Ya antes la ha sentido, en tiempos anteriores han estado íntimamente juntos; hace muchos años de ese encuentro que su memoria –recién ahora- le proporciona como el primero, pero que él se niega a aceptar como cierto, pues cree –basado en intuiciones nada exactas- que en momentos anteriores al declarado por su imperfecto recuerdo humano, se han identificado mutuamente, compartiendo –como lo hizo, hacia un tiempo atrás- algunos ánimos en común.
Aquella vez, de la cual él niega su carácter primigenio, sucedió cuando todavía era un hombre en proceso, sin una edad calculable por la brevedad vivida. El encuentro se dio en una noche incierta, en el preciso instante en que se encontraba en esa dimensión sugestiva, entre la somnolencia y la vigilia. Inmerso en ese limbo de irrealidad,reconoció la presencia de alguna compañía que le resultaba familiar y, acercándose más a ese ser de rasgos incógnitos, creyó sentirse identificado con la deidad que ahora tocaba, comprobando la inmediación entre ellos. Sus manos recorrieron un cuerpo frío, de mujer caduca; encontró lugares fascinantes a su instinto y otros patéticos a su razón. Cuando ya no supo que más palpar y se prestaba a retirar su inexperiencia, ella tomó sus manos y lo guió por senderos concupiscentes, jamás imaginados, lo dirigió cual ciego mental, mostrándole nuevas rutas corporales, descubriéndole un innato cuerpo de fémina madura. Antes del amanecer, habían intercambiado soledades, placeres, sueños y fe. Él concluyó, también antes del amanecer, que eran anteriores a este encuentro.


Desde aquella vez –que acabó intempestivamente cuando él preguntó sobre cercanías anteriores a ésta- los encuentros se sucedieron con cierta continuidad, siempre de noche, siempre cuando se introducía en ese inexistente espacio. Fue en esos tiempos en que él aprendió a entonar antiguas melodías ya olvidadas, también descubrió el verdadero uso de las manos, supo interpretar miradas, sueños y metáforas; ella le enseñó los arpegios básicos de la pasión, el principio único del dibujo, la materialización exacta del espíritu, la absoluta verdad de sus mentiras.
Pero también ella –sin proponérselo -aprendió de él; la negación de la realidad, el cinismo –propio de nuestra estirpe-, la contemplación de los atardeceres, la incredulidad para las cosas existentes, la dulce exploración de los cuerpos, la arrogancia humana –no la divina- y el mitificar objetos, fueron algunas situaciones, acciones y recuerdos, que le enseñó.


Pero cuando él le empezó a preguntar por su pasado, por su existencia, por el tiempo vivido en el ayer, por su identidad; ella interrumpía su hablar quedándose callada, se alejaba del medio y partía, dejándolo intrigado y algo arrepentido por la inconveniente interrogante. Después, ya solo, se entregaba a uno de sus placeres predilectos: el sueño, inactividad mortal, que le gustaba tanto como ella.

Cuando despertaba sólo recordaba confusamente lo sucedido –como si hubiese soñado algo que no lograba recordar, pero que sabía que ocupó su mente la noche anterior-, pues esta insólita situación, tenía como condena, recordar sólo lo aprendido, mas no todo lo vivido. Ella sabía de esta condición, era por ello que se empecinaba en compartirle su sabiduría de mujer antigua, de anciana de tribu; y le toleraba sus diarias interrogantes impertinentes, su retraso en el aprendizaje, su crisis existencial. En fin, era un hombre y ella lo amaba.


La última noche que pasaron juntos –ninguno de los dos sabía que era la última-, ella comenzó la enseñanza del idioma del ultraísmo metacientífico, que consistía en besar todo lo que estaba a tu paso, antigua técnica de hombres extraños. Pero cuando ella ya se retiraba por las cuestiones rutinariamente inconscientes que él le exigía; inexplicablemente, recordó todo.

Entonces esta vez ya no fue un reclamo incipiente, producto de una simple duda, no. Esta vez fue un reclamo sustentado en toda una vida de trasnoches, en toda una vida de experiencias compartidas, de aprendizaje mutuo, de sueños simultáneos; fue un reclamo por saber quien era el ser que esperaba, que sentía, que amaba desde hacía mucho tiempo atrás.

Se fue, contra toda decisión que le hubiese gustado disponer. Se fue y ya nunca más volvió por él, pues se habían traspasado los límites del entendimiento divino y humano. Él siguió recordando aquellos encuentros, fascinado por todo lo vivido, inmerso en una mezcla de misterio y sorpresa, que envuelve a todo aquel que experimenta situaciones extracotidianas. La esperó, sin saber que jamás volvería, durante mucho tiempo intentó tramar situaciones para que ella volviera: se entregó a los placeres humanos, conoció diversas manifestaciones ancestrales, aprendió mitos y leyendas que hablaban de ella; trato de recobrar esa quimérica zona en donde la encontraba, pero jamás volvió a verla. Y el tiempo que camina sin respetar a nadie, sin acordarse de nada y sin ayudar a alguien, lo llevó por senderos desconocidos. Sus contemporáneos lo tildaron de vesánico, los hombres no creyeron nada de lo que él contó, su raza lo repudió y ante toda la incredulidad de la naturaleza, empezó a dudar de la veracidad de esos hechos que ahora le parecían fantásticos. Fue cuando dejó de hablar de esa irregularidad en su vida, de ese desliz en su ayer, de ese sueño que pareció muy cierto, pero que sólo fue una ilusión. Se fue volviendo viejo y en ese deterioramiento humano, su mente terminó de erradicar todo vestigio de ella. Fue entonces cuando volvió a ser hombre para los demás.

Pero también ella tuvo que olvidarse del ser que llevó bajo tutela durante inmensos períodos, se le obligó a no revelar la historia de ese hombre que pudo entender el lenguaje celestial, pues podría provocar una tremenda alteración al orden establecido; guardó silencio eterno y en sus profundas meditaciones, logró esconder el pensamiento que le recordaba aquellas noches de enseñanza divina y aprendizaje humano.


Para cuando volvieron a encontrarse, ya eran totales extraños…

*

Mayo 2008

Episodio del Enemigo

Del maestro Jorge Luis Borges .


Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un torpe bastón que en viejas manos no podía ser un arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón que no volví ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.
Me incliné sobre él para que me oyera.
--Uno cree que los años pasan para uno --le dije-- pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.
Me dijo entonces con voz firme:
--Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora mi merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:
--Es verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.
--Precisamente porque ya no soy aquel niño --me replicó-- tengo que matarlo. No se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
--Puedo hacer una cosa --le contesté.
--¿Cuál? --me preguntó
--Despertarme.
Y así lo hice

Que dirá el Santo Padre

Esta letra, que la canta Quilapayún -pero que es compuesta por Violeta Parra, para los interesados-, va acorde a estos tiempos en la universidad: seudo enfrentamientos, seudo represiones, seudo protestas.
.
¿Que Dirá El Santo Padre?
Quilapayún

Composición: Violeta Parra

Miren cómo nos hablan
de libertad
cuando de ella nos privan
en realidad.
Miren cómo pregonan
tranquilidad
cuando nos atormenta
la autoridad.
*
¿Qué dirá el santo Padre
que vive en Roma,
que le están degollando
a su paloma?
*
Miren cómo nos
hablan del paraíso
cuando nos llueven balas
como granizo.
Miren el entusiasmo
con la sentencia
sabiendo que mataban
a la inocencia.
*
El que ofició la muerte
como un verdugo
tranquilo está tomando
su desayuno.
Con esto se pusieron
la soga al cuello,
el quinto mandamiento
no tiene sello.
*
Mientras más injusticias,
señor fiscal,
más fuerzas tiene mi alma
para cantar.
Lindo segar el trigo
en el sembrao,
regado con tu sangre
Julián Grimau.

Esto no es una Crónica...

Ahora que reviso estas líneas escritas después de la marcha del día 22 de mayo, creo ver algunas contradicciones, muchas exageraciones y otras tantas mentirillas, todo esto tan típico en mí. Por todo ello, pido que no se lea este documento como un relato objetivo de lo sucedido aquel día, muchas cosas no son tan ciertas, o tal vez sí.

*******

El día comenzó muy frío, cerca de las ocho de la mañana, me acerqué a biblioteca para satisfacer ciertos deseos de conocimiento que una mala profesora no pudo calmar en su inicua clase. Como llegué con el “burro” –transporte bendito que carga más de 100 personas, teniendo capacidad para 40- no pude ver toda esa parafernalia policíaca que más tarde comentarían mis compañeros; en fin, era la jornada esperada: Jueves 22 de mayo y muchos de nosotros pronosticábamos heroicas y desagraviantes epopeyas para aquel día memorable. Numerosas cosas habrían de saciar nuestras ansias de reclamo: Violaciones de autonomía, abusos incomprendidos, detenidos inocentes e irracionalidades justificadas, alimentarían las ganas de reclamar pacíficamente –esta vez con las garantías del caso- los supuestos derechos robados.
Así que deberán imaginar cuan grande fue mi decepción, cuando llegué a la explanada de derecho, y no encontré a más de cincuenta personas reunidas en algo parecido a un círculo, hablando de lo que se haría en aquel día. Nuevamente -al igual que hace una semana-, recibí un folletín que hablaba sobre las aparentes actitudes y aptitudes de un catedrático de Derecho que encabezaría la marcha muchas horas después, entonces creí dilucidar algo nefasto: esta marcha, sin muchos acompañantes -con todo y sus garantías- sería un rotundo fracaso.
Me encaminé a la histórica Letras –cuna de tantos poetas olvidados- con la ilusión de encontrar más partícipes del evento, el número era casi igual al de Derecho; con esto, los grandes pronósticos de lucha, quedaron desahuciados.
Una mujer –de la cual tengo un cierto enamoramiento intelectual- trató de reconfortar el pesimismo con dos alusiones -poco más o menos convincentes- acerca del crecimiento de la multitud; la primera referida al paso del tiempo: “Ya van a venir”, me dijo. La segunda mención estuvo relacionada con el paso de nosotros por la universidad: “Para que así se motiven y se sumasen más”. Esto por supuesto no lo creí –como mucho de las cosas que me dicen- hasta después de escuchar hablar a un tipo del cual hay opiniones encontradísimas, habló de lo que siempre hablan ellos: La importancia de la revaloración del estudiantado, la verdadera valoración de la marcha, las garantías pedidas, etc., etc., etc.
Fue entonces cuando llegó la multitud, la muchedumbre: habían llegado los compañeros. Sociales-no habrían de sorprenderme, total ellos siempre andan en ¿justa? huelga-, Ingeniería Física –ellos si me sorprendieron-, Derecho-con mucha más gente de la que vi-, Ciencias Biológicas –con un enorme letrero que suplía el numero reducido de personas-, Educación –que eran los más numeroso- y un pequeño grupo, casi amilanado por los demás, llamado Ciencias Económicas. Letras se unió a la masa, formando una cuantiosa cifra de personas en reclamo; nos movilizamos hacia la Clínica Universitaria y en el camino se nos unió Ingeniería Mecánicas de Fluidos, que ha última hora discutía -en asamblea pequeña- la suspensión de sus actividades académicas. Al gran numerío de estudiantes se adhería el sindicato de trabajadores –aprovechando la oportunidad para reclamar el aumento de sueldo-, el dividido profesorado –muy pocos en realidad- y el Frente de Estudiantes Peruanos (FEP), que habían ido con varias banderolas –como para que todos se enteraran de su presencia-. Aquí es necesario advertir que la frágil memoria que poseo ha olvidado sin querer a facultades hermanas y, a propósito a las autoridades oportunistas.
Supuestamente todo comenzaría a las diez de la mañana, pero con esa mala fama del horario peruano, andábamos por la puerta numero ¿cuatro?, como al medio día. Para estos momentos el inoportuno Sol ya había enfocado sus salvajes rayos sobre mí y los demás, así que tuve que guardar en el maletín los polos, chalina y guantes que había traído para abrigarme del frío de la alborada.
Nos posicionamos en las calles aledañas a la universidad –me refiero a la seccionada Universitaria-, organizándonos en dos o tres filas, dependiendo de la facultad y del organizador. Fue entonces cuando divisé la cantidad –tanta como la estudiantil- de policías: verdaderamente abrumadora. El Fiscal habló, el Decano de Derecho también habló, también lo hizo el Secretario General de la FEP; pero los estudiantes sanmarquinos –los que estuvieron desde el inicio, los principales representantes del movimiento estudiantil- no dijeron nada. Todo se arregló entre amigos: el Decano garantizando el orden y poniendo las manos al fuego por estos “chicos de Dios”, el Fiscal dándonos el “permiso” para reclamar y exigir un derecho que nos es innato, el Secretario General agradeciendo encarecidamente el favor.
Con el permiso de Dios y del Diablo, nos dirigimos hacia la avenida Venezuela, aclamando alguna arenga, que en mí provocaba cierta estimulación: “Pueblo escucha: Tu hijo está en lucha”.
El recorrido transcurrió sin ninguna exaltación, agresión o excitación en particular. Las avenidas Bolívar y Bolivia, fueron testigos de la multitudinaria estudiantil que reclamaba REFORMULACIÓN; las madres de familia con sus niños, los viejos señores y sus caducos periódicos, las lindas señoritas y sus enamorados bobos, los jóvenes académicos, las vendedoras de frutas sin lavar, los chóferes… todos los que pasaron por esas calles legitimarán el clamor de aquella universidad, que exigía AUTONOMÍA.
Todo fue tranquilo hasta llegar ala plaza San Martín. Allí nos encontramos con otra marcha: una singular protesta de FONAVISTAS, reclamaban algo que no entendí y que no quise entender cuando me entregaron un papel, que mecánicamente guardé en mi bolsillo. “Pobres viejos”, dijo un tipo con una banderola del FEP entre sus manos, “Nadie los escucha”. Alguien bromeó con la imagen: “Seguro que nosotros vamos a terminar así”, muchos no reímos.
La avenida Abancay –dicen que es la más contaminada de Lima-, nos recibió con hartos conductores y cobradores que nos maldecían por retrasar el tráfico, la compañía de la benemérita se hizo más cuantiosa cuando nos acercamos a la cueva de los otorongos: Finalmente hubo que parar.
Rochabuses, tanquetas y caballos, obstruían el libre acceso al reciento congresal, afuera de la barricada, estaban algún que otro famoso diputadillo: Lescano, el insoportable Rafo y una mujer que no conocía. Ingresaron pues, los dirigentes estudiantiles de los diversos Centros Federados y/o Gremios Estudiantiles, el Secretario General de la FEP, el Decano de Derecho, asambleístas, creo que profesores y algún otro que he olvidado; lo cierto es que se fueron a dentro. Mientras tanto se empezaron a repartir una serie de volantes de todo tipo y para todos los gustos: a favor de la marcha, en contra de ésta, unos exigían aumento de sueldo, otros informaban la desición del congreso. También allí afuera se improvisó un mitin en el cual hablaron los representantes de Gremios que no entraron, algunos profesores, estudiantes de otras universidades (Callao, UNI, Cantuta, Católica) y en general, para todo el que quisiera hablar. Hay que decir que los discursos fueron tan trillados y repetitivos, que a muchos nos aburrieron…
De pronto, la multitud se empezó a movilizar nuevamente, y yo, que ya andaba con el cuerpo matadísimo –cargaba mi propia vestimenta-, muerto de sed y con hambre a más no poder, dudé en acompañar la caminata, que ahora se encaminaba a San Fernando. Pero al final me ganó el apasionamiento –eso siempre sucede- y acompañé con menos ánimos la protesta.
En San Fernando no hubo nada en especial, se paseó por el patio de muchas áreas verdes –que bien conservadas están-, comunicando a los futuros matasanos que se acercaran a la cancha de la facultad. Se acercaron muy pocos, y algunos gremios -tímidamente- se proclamaron en contra de lo que ya se sabe.
Entonces fue cuando reinó la locura, los dirigentes se empecinaban por continuar con una marcha que ya había acabado horas atrás y seguían proclamando arengas que ya casi nadie contestaba. Pero no, ellos continuaron hablando y hablando, y cuando terminaba uno, pasó otro a repetir lo que dijo el anterior y este a otro que iba a decir lo mismo que dijo el primero sólo que con otras palabras, simplemente ya todo fue caos; muchos ya se habían ido y otros conversaban de cualquier cosa menos de lo que se decía en el centro del patio.
En último lugar -cuando ya me iba- alguien habló de comunicar lo conversado en el congreso, esa misma tarde, pero en el patio de Sociales; a penas se terminó esta proposición, todos salieron del patio con un propósito que era fácil adivinar: ALMORZAR.
Nunca fui a aquella reunión, tenía el cuerpo demasiado cansado como para oír las peroratas malgastadas de los “compañeros”; ya después me enteraría de lo acordado en esa entrevista entre estudiantes y congresistas. El tiempo restante sólo me alcanzó para satisfacer esos instintos primigenios de hombre: comer y escribir.

Acerca del Quijote.

Cuando Thays anunció que el libro era Don Quijote, y a medida que el programa se desarrollaba, inconscientemente recordé el día en que mi madre me obligó a limpiar ese montón de cosas que andaban bajo la escalera. Acepté el hecho a regañadientes; hurgar en ese desorden me parecía aburrido y hasta fastidioso, pero finalmente –bajo amenaza de no salir por la tarde- me dispuse a realizar la faena esta.
Fue entonces cuando ya ensuciado de polvo, con los cabellos revueltos y sudando harto por el intenso sol de aquella mañana, encontré entre ediciones de Corin Tellado, historietas y todas esas revistas viejísimas que pertenecieron a mi abuela, un ejemplar de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote De La Mancha.
Recuerdo que para ese entonces, yo ya había leído algo sobre un viejo loco que creía que unos molinos de viento eran inmensos gigantes; pero no sabría, sino hasta después, que ese libro -al cual le faltaban muchas hojas, todo manchado y despastado- era dueño de aquel pasaje.
Luego, cuando terminó el programa, me dispuse a revisar aquella “colección” de antaño para escoger el capítulo sobre el cual escribiría. Seguía igual, con esa portada desteñida en la cual se veía a un viejo barbón de medida delgada, contrapuesta a un gordito de aspecto bonachón. Abrí el libro y recordé disgustado que a este le faltaban cerca de cincuenta páginas. Entonces traté de buscar aquel capítulo que un profesor había leído hace poco tiempo, hablaba -más o menos- del momento en que el Quijote era armado caballero por un tabernero: no lo encontré, creo que se encontraban en esas cincuenta páginas.
Traté entonces de recordar los capítulos que me habían contado o que en muy reducidas adaptaciones había leído del Quijote, la mayoría de ellos se remitían a la ya trillada historia de los molinos de viento que los textos escolares cuentan y recuentan… ¿Es que no hay otra?
No obstante, me acordé también del capítulo en que al propio Quijote le llegan las noticias de que andaban en libros sus últimas experiencias, a este le resulta en un principio de agrado que “Un sabio encantador escriba las hazañas de un valeroso caballero” –mas o menos decía así-, para después, al enterase de que es un moro -un tal Cide Hamete Benegeli- desconfiar de él, enviando a Sancho en búsqueda del bachiller Sansón Carrasco para que hable más acerca de este libro publicado.
Por supuesto que este pasaje si está en el libro que encontré aquella mañana y que hoy he vuelto a revisar. Es el capítulo segundo, del segundo libro y lleva por titulo –uno errado a mi parecer, ya que ese no es el hecho de principal importancia, creo yo-: “Que trata de la notable pendencia que Sancho Panza tuvo con la sobrina y ama de don Quijote, con otros sucesos graciosos”
Finalmente me abstendré a decir –mejor dicho a escribir- que me sorprendo en demasía al asimilar, leer y tratar de comprender la importancia y trascendencia del Quijote y la maravilla con que Cervantes es considerado uno de los mejores –o quizás- el mejor escritor de todos los tiempos.

2007

Sin Título


En la reciente penumbra, el ominoso silencio le es motivo de gran intriga. Impaciencia. Casi instintivamente, una señal de advertencia se desliza desde el sendero mas secreto –parte incomunicable- de su cuerpo. Ofuscación. Entonces conocido todo le resulta, ya antes lo ha sentido: aceleración en el pálpito cardíaco, sudoración en manos y frente, frío, mucho frío y una rápida respiración… “¡Carajo! De nuevo el miedo este” piensa, mientras se moviliza en la búsqueda del viejo candelero y siente –cada vez con mayor intensidad- los síntomas de una nueva crisis de incontrolable pánico. Desesperación.
No le calma la perturbación el hallazgo –después de muchos golpes y tropezones- que ha hecho del candelero. Ni siquiera el encontrar vela y fósforos han disipado el miedo que la oscuridad –ahora en menos tonalidad y con infinidad de sombras- produce en él. Es más, diríase que ya mismo está alucinando con las sombras producidas por la corta y humeante vela; y que, en este desvarío, puede ver desde caras deformes y cuerpo distorsionadas, hasta pasajes violentos de una vida que –con seguridad- no es, ni será la suya; además de escuchar insondables ruidos y sentir presencias imperceptibles. Faltándole poco para alcanzar el clímax de su in verosímil situación, un existente y efectivo sonido –algo confuso- se hace presente en el lugar.
Al abrir la puerta, ya no siente temor, se torna ahora en una inexplicable tranquilidad, como si el llamado de la puerta hubiese roto el hechizo de este miedo que, desde tiempos inmemorables, y aún hoy, lo acompaña. Tomando conciencia de la reciente serenidad que en estos momentos lo controla, agudiza la vista y con temblorosa voz pregunta a este enigmático ser que tiene frente a sí –algo indiscernible por la falta de luz, pero no por ello invisible- sobre su identidad y el motivo de su presencia.
No hay respuestas y las preguntas no se repiten más. En su lugar, aparece un inesperado ventarrón, el cual menea de algún modo al largo manto que lleva quien la puerta ha tocado, ES así, como se da cuenta que es una mujer, o que al menos, eso indican sus formas contorneadas por el imprevisible viento.

*

“En ese instante me quedé hipnotizado... No recuerdo cuanto tiempo estuve frente a ella, pero sé que no fue mucho por que luego caminó hacia mí, me tocó el rostro con una mano que parecía de hielo y…” Era justo aquí cuando vacilaba su narración; a veces, cuando éramos varios los que los que escuchaban, como para aumentar la credibilidad de su relato –del cual ya todos dudábamos- derramaba algunas lágrimas, diciendo que lo dicho por esa mujer no podía ser repetido, pues era fatal para niños como nosotros, tan buenos, tan caritativos con él. Entonces, aprovechándose de la situación, pedía alguna “colaboración” para continuar el relato: nuestras loncheras, algún que otro dulce o a veces, en el mejor de los casos, nuestras propinas. Luego del artificioso asalto, continuaba –sin perder nuestra atención- más o menos, así: “Ya no supe que hacer, me quedé asombrado con lo que me dijo… Luego, sin pronunciar nada más, se alejó de mí. Al comienzo la seguí con la mirada, pero cuando ésta ya no alcanzó, me asomé al umbral y al verla, volvió a habitar el súbito terror que todavía hoy me acompaña…Todo se me hizo más claro, entendí sus palabras ahora que la veía completa y a lo lejos, ahora que la veía con un grupo igual a ella, ahora que la veía irse, arrastrando el largo manto, como si no tuviera pies, como si flotara; cargaban un cajón, una de esas cajas en donde encierran a los muertos, ataúd lo llaman, sí, eso; lo cargaban, lo llevaban en hombros, sin tocar el suelo…y el miedo ¡Maldito miedo que ya me entraba de nuevo! Y el aullido de los perros recién escuchado y el cuerpo, la respiración, el latido y todas esas cosas que empezaban… ¡Mi cuerpo! ¡El del cajón era yo! ¡Eso me dijo! ¡Yo era el del cajón! ¡Estaba vivo y ellos me llevaban! ¡Me llevaban ¡Me llevaron!”

*

Nunca más volvimos a ver o saber algo del abuelo.
Algunos dijeron que se mató, porque no podía soportar el miedo que, cada noche, le recordaba a esa mujer. Otros menos apasionados, apoyaron la versión en que éste moría de frío, tuberculosis, hambre y todas esas enfermedades que le da a la gente que anda en las calles. Pero muchos de nosotros, crecimos creyendo y exaltando la leyenda en que la mismísima muerte –esa mujer de manos frías- habría venido por el abuelo y, tal como se hubiera pronosticado, habría llevádoselo vivo, siendo cargado en un cajón, en un ataúd, en una de esas cajas en donde se encierra a los muertos.
Setiembre del 2007.




Un poemoide antiguo.

IV
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19-08-07
.
Y aunque; ya sea demasiado adelantado el tiempo y muestre ahora, la perfecta superación de los números, y descubra la ciencia -por fin-, al dios que algunos proclamábamos quimérico…
Todavía en este instante; dejando de lado el que todo ya esté explotado, olvidándonos –sólo por un instante- de nuestro destierro encarecido. Sobretodo ahora, en esta naturaleza consumida por mis demonios, y por los tuyos…
.
.
*****
19-05-08
.
Mostrándome la filosofía mis debilidades irónicas,
enseñándome a componer la cosmovisión de un mundo inexactamente humano,
he de recitar mis viejos versos de habla melancólica y sueño malgastado;
he de salir adelante con mi cojo pie y mi sesgada mano,
sentirme libre en un recóndito sueño de esperanza,
sentirme humano en un breve lapso de vida.

SOLILOQUIO DEL INDIVIDUO

Esto es de Nicanor Parra, uno de los poetas que fascinan mi mente...
.
.
Yo soy el Individuo.
Primero viví en una roca
(Allí grabé algunas figuras).
Luego busqué un lugar más apropiado.
Yo soy el Individuo.
Primero tuve que procurarme alimentos,
Buscar peces, pájaros, buscar leña,
(Ya me preocuparía de los demás asuntos).
Hacer una fogata,Leña, leña,
dónde encontrar un poco de leña,
Algo de leña para hacer una fogata,
Yo soy el Individuo.
Al mismo tiempo me pregunté,
Fui a un abismo lleno de aire;
Me respondió una voz:
Yo soy el Individuo.
Después traté de cambiarme a otra roca,
Allí también grabé figuras,
Grabé un río, búfalos,
Grabé una serpiente
Yo soy el Individuo.
Pero no.
Me aburrí de las cosas que hacía,
El fuego me molestaba,
Quería ver más,
Yo soy el Individuo.
Bajé a un valle regado por un río,
Allí encontré lo que necesitaba,
Encontré un pueblo salvaje,
Una tribu,
Yo soy el Individuo.
Vi que allí se hacían algunas cosas,
Figuras grababan en las rocas,
Hacían fuego, ¡también hacían fuego!
Yo soy el Individuo.
Me preguntaron que de dónde venía.
Contesté que sí,
que no tenía planes determinados,
Contesté que no, que de allí en adelante.
Bien.
Tomé entonces un trozo de piedra que encontré en un río
Y empecé a trabajar con ella,
Empecé a pulirla,
De ella hice una parte de mi propia vida.
Pero esto es demasiado largo.
Corté unos árboles para navegar,
Buscaba peces,Buscaba diferentes cosas,
(Yo soy el Individuo).
Hasta que me empecé a aburrir nuevamente.
Las tempestades aburren,
Los truenos, los relámpagos,
Yo soy el Individuo.
Bien.
Me puse a pensar un poco,
Preguntas estúpidas se me venían a la cabeza.
Falsos problemas.
Entonces empecé a vagar por unos bosques.
Llegué a un árbol y a otro árbol;
Llegué a una fuente,
A una fosa en que se veían algunas ratas:
Aquí vengo yo, dije entonces,
¿Habéis visto por aquí una tribu,
Un pueblo salvaje que hace fuego?
De este modo me desplacé hacia el oeste
Acompañado por otros seres,
O más bien solo.
Para ver hay que creer, me decían,
Yo soy el Individuo.
Formas veía en la obscuridad,
Nubes tal vez,
Tal vez veía nubes,
veía relámpagos,
A todo esto habían pasado ya varios días,
Yo me sentía morir;
Inventé unas máquinas,
Construí relojes,
Armas, vehículos,
Yo soy el Individuo.
Apenas tenía tiempo para enterrar a mis muertos,
Apenas tenía tiempo para sembrar,
Yo soy el Individuo.
Años más tarde concebí unas cosas,
Unas formas,
Crucé las fronteras
y permanecí fijo en una especie de nicho,
En una barca que navegó cuarenta días,
Cuarenta noches,
Yo soy el Individuo.
Luego vinieron unas sequías,
Vinieron unas guerras,
Tipos de color entraron al valle,
Pero yo debía seguir adelante,
Debía producir.
Produje ciencia,
verdades inmutables,
Produje tanagras,
Di a luz libros de miles de páginas,
Se me hinchó la cara,
Construí un fonógrafo,
La máquina de coser,
Empezaron a aparecer los primeros automóviles,
Yo soy el Individuo.
Alguien segregaba planetas,
¡Árboles segregaba!
Pero yo segregaba herramientas,
Muebles, útiles de escritorio,
Yo soy el Individuo.
Se construyeron también ciudades,
Rutas
Instituciones religiosas pasaron de moda,
Buscaban dicha, buscaban felicidad,
Yo soy el Individuo.
Después me dediqué mejor a viajar,
A practicar, a practicar idiomas,
Idiomas,
Yo soy el Individuo.
Miré por una cerradura,
Sí, miré, qué digo, miré,
Para salir de la duda miré,
Detrás de unas cortinas,
Yo soy el Individuo.
Bien.
Mejor es tal vez que vuelva a ese valle,
A esa roca que me sirvió de hogar,
Y empiece a grabar de nuevo,
De atrás para adelante grabar
El mundo al revés.
Pero no: la vida no tiene sentido.

De Poemas y antipoemas (Santiago, Nascimento,1954)

Prehistórica carta

He aquí un escrito de mis tiempos prehistóricos, cuando todavía creía...
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Ahora que leo esto, es increíble que haya escrito tanta cosa rara, en fin mujer; tu deberás entender que uno anda mal de la cabeza y es capaz de escribir cualquier cosa con tal de complacerte... Espero me comprendas, aunque tu ya no quieras.
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"...Aún recuerdo la primera vez que me sentí vivo… Por aquellos tiempos ya
andaba demasiado viejo y cansado, continuamente sentía que entraba en una miserable rutina que no me llevaba a parte alguna, digamos pues que me sentía desierto… Sí, desierto y solitario, eran tiempos bastante difíciles para mí.
Eran épocas en las cuales uno tenía que soportar la dictadura del “deber”: prepararse para la nada; saber todo, más no entender nada, tratar de remediar los errores gigantescos con unos más pequeños, poco visibles, pero al fin y al cabo errores. Eran, definitivamente, momentos en los que teníamos que olvidar… olvidar la confianza en los sueños futuros, dejar de lado al encantamiento natural del amor; asumíamos que relegar el aplauso y la ovación de la muchedumbre era lo mas propio. Sentir, desear, gozar, vivir, parecían absurdos y tristes ideales…"
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Este texto, refleja como andaba por "aquellos tiempos". En verdad esos tiempos, que yo los relato como si ya hubiesen pasado, no eran más que los momentos presentes que vivía -y creo aún vivir- en aquel entonces: duros, tristes, desalentadores...
Querida amiga y hermana mía; pienso y creo, que los tiempos difíciles aún no han acabado: probablemente toda nuestra vida nos han de seguir. Lamento decirte que estamos destinados a tratar de resolver los problemas que otros no ven, que estamos destinados a aprender las lecciones que nunca jamás haya visto persona alguna; mujer, estamos condenados, a salvar este mundo... Quiero decirte que estoy contigo en tu dolor, que te acompaño en tus dudas y te sigo en tus alegrías y triunfos. NO te dejes vencer por una simple silla en el camino, que ya tendremos que afrontar peores...


Con mucha esperanza...

Mal poema de amor

A L.
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III
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Bajo la castrense fidelidad que me obliga amar,
me atrevo a nombrarte:
dulce canción de primavera, larga eternidad de belleza;
concupiscencia secreta de mi alma;
me atrevo a tocarte vana ilusión, te saboreo con cierto estupor,
imagino el próximo encuentro y satisfago
las ansias de revertir los traicioneros instintos que me delatan.
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Escasamente visible, es mi interior...

Es cuando tengo que aceptar,
que a pesar de lo trillado y malgastado que suene,
a pesar de que el corazón se me corrompa en el intento;
el cariño, la estima y el deseo es mutuo.
la concreción de nuestros cuerpos usados es necesaria,
la penetración de vida es inevitable.
Quedo mudo, ciego y tu te vuelves el bastón, las gafas.
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Tu aliento de mujer débil me reconforta...

Descubrimiento

En los primeros dias de universidad, cuando aún se asimilaba los espacios y los personajes con los cuales habría de estudiar, un par de tipos entraron en medio de una clase, irrumpiendo el clima novato que por allí se respiraba; se presentaron y hablaron de algo que no entendí, luego empezaron a pasar por los asientos del aula proporcionando unos folletines gratuitos, los cuales eran la primera edición de una revista literaria llamada DÚNAMIS; en esos momentos no presté gran atención a lo que informaban y me limité a hojear el material, como quien revisa un catálogo de algo que no le interesa...

Me parecieron bastante enredados sus poemas, algunos poco interesantes y hasta los tildé de frívolos... Hoy los he vuelto a revisar, creánme que no he sentido lo mismo, hoy, cuando leía el primer numero de una revista que debió costarles mucho, y que lamentablemente no se vendió; he sentido una especie de satisfacción de que haya gente capaz de imaginar cuentos, poemas y frases sencillas; he aquí un ejemplo de lo que mi actitud cerrada no fue capaz de entender:

ARTE POÉTICA (El poema más pequeño del mundo)
Ver so por que rí as


Notése que la frase puede ser leida de distintas formas:
  • Verso porquerías.
  • Verso porque rías.
  • Ver sopor querías.

El autor de tan destacable poema es Carlos Tijero Prialé, estudiante de Literatura imagino, y emprendedor de proyectos quijotescos; asimilador de curiosidades plausibles, creador de poemas interesantísimos.

Otro Intento

II
Y nuevamente, por mas que me resisto a verte, a saborearte, mis dedos me traicionan y se abalanzan a tocarte; mi mente se resiste, pero el ímpetu irreflexivo de mi ser, se torna superior a todo matiz de razón en mí… simplemente caigo ante ti y luego ya me olvido de aquellas peroratas de no ceder... Soy muy fácil de persuadir y ello es el declive.

Así que cual lastimero pordiosero, me hago partícipe de tus caricias enceguecedoras, mis labios saborean tu veneno y mis entrañas solo piden a gritos un pedazo de tu sabor, visceralmente amable, morbosamente querible, me deshumanizo por verte y sentir aquella mirada perfecta, esa sonrisa punzante y tus hirientes olores de animal recién mudado de piel.

La música ya no la escucho, la guitarra ahora me parece inútil, solo el vicioso encanto de tus lágrimas mutadas por el brillo de ángel, mis locuras y mis melancolías, los ideales perdidos y tus rastros de sangre en la ropa sucia que anoche lavé... ya ando cansado y tengo que dormir… POR HOY, YA HE DIVAGADO BASTANTE.

Un mal poema de DESAMOR

Rastro alguno, ya casi, no me queda: Tu apariencia de belleza, aproximadamente ahora es, un sueño de algún intervalo que creo haber tenido. Alguna vez: ninguna es.
De repente –ya sin miedo- mi rancia idea de haber fundádote una república es simple falacia inútil, lerda, desquiciada.
De nuestros cuerpos, la casualidad amorosa, no ha sido más que la cobarde imitadora de las putas novelescas de contemporáneo apego; errabunda y libertina se nos ha mostrado rebeldona, ésta hija nuestra.
Tú tan callada, yo tan hablador, terriblemente sincera, humanamente mentiroso; dos creaciones hechas para opacar al mismísimo DIOS, del cual te hablaba tanto: ¿Recuerdas?
No recuerdo, finalmente, en que peldaño te perdí, sólo sé que al regresar no estabas, ahora no te mostrabas, no existías ya; pero, sin embargo, hubo algo de mí que aún buscarte intentaba: llamarte me apetecía. Amarte, me impacientaba.
Y ya sé que no bastará decir que “hice todo lo posible”: Sabes que no lo hice, pero, todavía ahora -siendo ya, demasiado adelantado el tiempo, mostrando ahora, la perfecta superación de los números, descubriendo al fin la ciencia al dios…- pretenderé establecer una equivocada razón de la inespacial fe que no he querido mostrarte en mis agitaciones púdicas: Toda no será.
Y será pues como no escribió el propietario, que al principio el todo lo fue todo, y que
-malditamente- la nada siempre siguió, sigue y seguirá siendo el todo…

Imprevistos en la Universidad...

Grande fue mi sorpresa cuando al llegar la encontré deshabitada: San Marcos -la decanísima de América- estaba solitaria, sin ninguno de sus hijos pródigos para defenderla...
La entrada estaba prohíbida, uno de los guardianes confirmó lo que hasta la tarde anterior era un mero rumor: Las clases se habían suspendido hasta nuevo aviso. La información era distinta, unos hablaban de un cierre hasta la próxima semana, otros creímos que esto era solo por ayer, total, lo único que se lograba con el cierre era el enfriamiento de la situación...
Una mujer un tanto apasionada reclamaba indignada que esto era un abuso, que era un atropello a la razón, que nadie podía contener la protesta estudiantil; luego, como predestinando algo calamitoso, dictaminó: "Seguro que esta mierda es hasta que terminen de construir el aro".
Era firme en su desición: No dejar entrar a nadie a la universidad y justo cuando ya cerraba la puerta en nuestras caras, un raro tipejo apareció y construyendo tretas y artimañas logró entrar él y nosotros, claro está que tuvimos que aceptar el engaño del desconocido: ahora éramos danzantes de algún baile que ya olvidé el nombre y entrábamos a ensayar el número ganador del concurso de festidanza 2008.
Lo primero que vi fue el comedor, estaba como siempre: vacío, sucio y con un olor de comida pasada que evoca en mí las desgracias digestivas de las que siempre sufrí. Cuan distinto estaba de el día anterior, en que ocultándome de la benemérita, llegué hasta allí cansado, sediento y con harta hambre. Entonces, pensando que ya se habían cansado ellos también, me dispuse a regresar al campo de guerra -que era el patio de derecho- pero que ingenuo fui, ellos estaban entrenados para perseguir, para no cansarse, para cumplir cual perros fieles lo que el jefe manda. Tendré que decirles que llegaron, y con ellos sus artefactos lacrimógenos que alborotaron el ambiente nutricional, salimos corriendo, presos de ese gas asfixiante que -aquí reproduzco las palabras de un comensal- "Arde como la puta madre". Encontré a una vinagrera -así les digo a los que guardan el líquido sanatorio de esos gases- y me untó el vinagre como crema para el rostro; es necesario aclarar que eso me ardió aún mas. Cuando ya pude reponerme, me vi rodeado de mucho color verde oscuro, y no era por los árboles o los arbustos de esta gris ciudad, no; eran los muchos policías que habían invadido la ciudad universitaria, zurrándose en la intangibilidad del espacio, sin importales la autonomía universitaria... en fin, era que ya habían ultrajado a la universidad.
Pronto fui testigo de la simpleza del trabajo policial: unos golpes por aquí, unas mentadas de madre a quien reclamaba por allá, otras "proezas" milicas más allá; un tanto asustado -yo siempre me asusto- escuché los fuertes reclamos que un joven, charola en mano, profería a los mal amigos: ¿Por qué lanzan las bombas en el comedor? ¿Acaso ellos tenían la culpa de lo que sus compañeros revoltosos hacían?, finalmente empezó a lanzar un canto que más a o menos aquí reproduzco: ¡Fuera tombos abusivos! ¡Fuera tombos matones! muchos lo seguimos -siempre lo hacemos-, entonces se formó un coro alrededor de ellos gritando la protesta, emitiendo el reclamo común; cuando el benemérito mayor alzó el enorme pie izquierdo -tenía que ser ese el dado- y con una fuerza inesperada, en un acto inesperado, arremetió toda la potencia de esa bota talla 45 contra el héroe amotinador, luego en una frase que aún recuerdo habló: Llevénse al revoltoso hijo´e puta, como era de esperar, el escuadrón águila -especializado en detener marchas- cayó sobre él, arremetiendo con esa cachiporra infernal. Todos pifiamos, pocos gritaron, sólo uno reclamó: No se lleven a José Carlos; ya era tarde, se lo estaban llevando y con él, se llevaban el orgullo de muchos de nosotros, dejándonos con un tremenda impotencia, con una increíble humillación, me sentí desamparado...
Todo lo anteriormente narrado se me colgó en la memoria al pasar por el comedor, las facultades desérticas y los patios solitarios. Encontré sólo a un grupo de compañeros que habían entrado por las paredes derrumbadas de la universidad, que era lo más propicio ante la negativa de los guardianes, ellos hablaron de lo que se avecinaba en esta semana de estudios clausurados, yo me mantuve al margen de comentarios y sólo atiné a decir que no me parecía justo aquella forma de contener los reclamos de un grupo mayoritario, pregunté por los capturados y especialmente por José Carlos, a ver si por casualidad alguien lo conocía, pero nadie me dio razón de él, la única parte que alcancé a saber -nunca entiendo todo por completo- fue la que trataba de la liberación de los detenidos. Luego me fui. Recorrí Derecho, Letras, Contabilidad y en todas estas facultades quedaban residuos de una protesta frustrada, las pancartas de "DESTRUYENDO", las caricaturas del alcalde con cuerpo de rata, las proclamas ya trilladas, me recordaron la magnitud del evento de la tarde anterior. Sorprendido por el panel que Administración había colgado, proclamando su inconformidad con lo sucedido, encendí el último y único cigarro que tenía, el robo que le hice a un compañero mío, y me fui fumando, como suelo hacer la mayor parte de las cosas: solo, no fume solamente el cigarro, sino con él, toda la rabia contenida, toda la frustración guardada de la tarde anterior, por los abusos que ellos cometieron y por los que nosotros cometimos, por la impotencia de no poder hacer nada ante tanta mierda. Me fui a andar por allí...

Intentos...

I

Con ominosos secretos que nadie enseñó y que descubrí en tardes de molicie,
Y libres imitaciones eruditas que en mis superficies mentales se empotraron,
concluí una simplista noción:
Verdades sectarias, cantos desmitificados, negaciones risibles…

Soledad social acompañada de indiferente dolor y exilio intelectual.
Estos versos frívolos, dan una sensación de saludable insana,
provocan en mí la maniaca tara de avanzar la nada.
Fue cuando descubrí que la expedición estaba presta a marchar…

Aclaraciones...

He de intentar aquí, escribir acerca de tantos intereses que rondan mi cabeza; he de intentar plasmar algunos pensamientos, sueños y delirios que creo tener... Dudo mucho de la importancia de estos escritos, más eso no impide el ímpetu escribidor que mi puño -guiado por mi viejos sentimientos- profesa.

Existen en mí, remotos gustos por la escritura, creo que la esencia que envuelve este dócil cuerpo, está hecha de algún material de papel y tinta añeja; en todo caso, sólo queda advertir a aquellos incautos que se topen con este nebuloso espacio en la red, que tengan sumo cuidado con lo manifestado aquí, intento prevenirlos de la estafa mental de la que puedan ser víctimas, simplemente no crean nada de lo que aquí escribo...