Esto no es una Crónica...

Ahora que reviso estas líneas escritas después de la marcha del día 22 de mayo, creo ver algunas contradicciones, muchas exageraciones y otras tantas mentirillas, todo esto tan típico en mí. Por todo ello, pido que no se lea este documento como un relato objetivo de lo sucedido aquel día, muchas cosas no son tan ciertas, o tal vez sí.

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El día comenzó muy frío, cerca de las ocho de la mañana, me acerqué a biblioteca para satisfacer ciertos deseos de conocimiento que una mala profesora no pudo calmar en su inicua clase. Como llegué con el “burro” –transporte bendito que carga más de 100 personas, teniendo capacidad para 40- no pude ver toda esa parafernalia policíaca que más tarde comentarían mis compañeros; en fin, era la jornada esperada: Jueves 22 de mayo y muchos de nosotros pronosticábamos heroicas y desagraviantes epopeyas para aquel día memorable. Numerosas cosas habrían de saciar nuestras ansias de reclamo: Violaciones de autonomía, abusos incomprendidos, detenidos inocentes e irracionalidades justificadas, alimentarían las ganas de reclamar pacíficamente –esta vez con las garantías del caso- los supuestos derechos robados.
Así que deberán imaginar cuan grande fue mi decepción, cuando llegué a la explanada de derecho, y no encontré a más de cincuenta personas reunidas en algo parecido a un círculo, hablando de lo que se haría en aquel día. Nuevamente -al igual que hace una semana-, recibí un folletín que hablaba sobre las aparentes actitudes y aptitudes de un catedrático de Derecho que encabezaría la marcha muchas horas después, entonces creí dilucidar algo nefasto: esta marcha, sin muchos acompañantes -con todo y sus garantías- sería un rotundo fracaso.
Me encaminé a la histórica Letras –cuna de tantos poetas olvidados- con la ilusión de encontrar más partícipes del evento, el número era casi igual al de Derecho; con esto, los grandes pronósticos de lucha, quedaron desahuciados.
Una mujer –de la cual tengo un cierto enamoramiento intelectual- trató de reconfortar el pesimismo con dos alusiones -poco más o menos convincentes- acerca del crecimiento de la multitud; la primera referida al paso del tiempo: “Ya van a venir”, me dijo. La segunda mención estuvo relacionada con el paso de nosotros por la universidad: “Para que así se motiven y se sumasen más”. Esto por supuesto no lo creí –como mucho de las cosas que me dicen- hasta después de escuchar hablar a un tipo del cual hay opiniones encontradísimas, habló de lo que siempre hablan ellos: La importancia de la revaloración del estudiantado, la verdadera valoración de la marcha, las garantías pedidas, etc., etc., etc.
Fue entonces cuando llegó la multitud, la muchedumbre: habían llegado los compañeros. Sociales-no habrían de sorprenderme, total ellos siempre andan en ¿justa? huelga-, Ingeniería Física –ellos si me sorprendieron-, Derecho-con mucha más gente de la que vi-, Ciencias Biológicas –con un enorme letrero que suplía el numero reducido de personas-, Educación –que eran los más numeroso- y un pequeño grupo, casi amilanado por los demás, llamado Ciencias Económicas. Letras se unió a la masa, formando una cuantiosa cifra de personas en reclamo; nos movilizamos hacia la Clínica Universitaria y en el camino se nos unió Ingeniería Mecánicas de Fluidos, que ha última hora discutía -en asamblea pequeña- la suspensión de sus actividades académicas. Al gran numerío de estudiantes se adhería el sindicato de trabajadores –aprovechando la oportunidad para reclamar el aumento de sueldo-, el dividido profesorado –muy pocos en realidad- y el Frente de Estudiantes Peruanos (FEP), que habían ido con varias banderolas –como para que todos se enteraran de su presencia-. Aquí es necesario advertir que la frágil memoria que poseo ha olvidado sin querer a facultades hermanas y, a propósito a las autoridades oportunistas.
Supuestamente todo comenzaría a las diez de la mañana, pero con esa mala fama del horario peruano, andábamos por la puerta numero ¿cuatro?, como al medio día. Para estos momentos el inoportuno Sol ya había enfocado sus salvajes rayos sobre mí y los demás, así que tuve que guardar en el maletín los polos, chalina y guantes que había traído para abrigarme del frío de la alborada.
Nos posicionamos en las calles aledañas a la universidad –me refiero a la seccionada Universitaria-, organizándonos en dos o tres filas, dependiendo de la facultad y del organizador. Fue entonces cuando divisé la cantidad –tanta como la estudiantil- de policías: verdaderamente abrumadora. El Fiscal habló, el Decano de Derecho también habló, también lo hizo el Secretario General de la FEP; pero los estudiantes sanmarquinos –los que estuvieron desde el inicio, los principales representantes del movimiento estudiantil- no dijeron nada. Todo se arregló entre amigos: el Decano garantizando el orden y poniendo las manos al fuego por estos “chicos de Dios”, el Fiscal dándonos el “permiso” para reclamar y exigir un derecho que nos es innato, el Secretario General agradeciendo encarecidamente el favor.
Con el permiso de Dios y del Diablo, nos dirigimos hacia la avenida Venezuela, aclamando alguna arenga, que en mí provocaba cierta estimulación: “Pueblo escucha: Tu hijo está en lucha”.
El recorrido transcurrió sin ninguna exaltación, agresión o excitación en particular. Las avenidas Bolívar y Bolivia, fueron testigos de la multitudinaria estudiantil que reclamaba REFORMULACIÓN; las madres de familia con sus niños, los viejos señores y sus caducos periódicos, las lindas señoritas y sus enamorados bobos, los jóvenes académicos, las vendedoras de frutas sin lavar, los chóferes… todos los que pasaron por esas calles legitimarán el clamor de aquella universidad, que exigía AUTONOMÍA.
Todo fue tranquilo hasta llegar ala plaza San Martín. Allí nos encontramos con otra marcha: una singular protesta de FONAVISTAS, reclamaban algo que no entendí y que no quise entender cuando me entregaron un papel, que mecánicamente guardé en mi bolsillo. “Pobres viejos”, dijo un tipo con una banderola del FEP entre sus manos, “Nadie los escucha”. Alguien bromeó con la imagen: “Seguro que nosotros vamos a terminar así”, muchos no reímos.
La avenida Abancay –dicen que es la más contaminada de Lima-, nos recibió con hartos conductores y cobradores que nos maldecían por retrasar el tráfico, la compañía de la benemérita se hizo más cuantiosa cuando nos acercamos a la cueva de los otorongos: Finalmente hubo que parar.
Rochabuses, tanquetas y caballos, obstruían el libre acceso al reciento congresal, afuera de la barricada, estaban algún que otro famoso diputadillo: Lescano, el insoportable Rafo y una mujer que no conocía. Ingresaron pues, los dirigentes estudiantiles de los diversos Centros Federados y/o Gremios Estudiantiles, el Secretario General de la FEP, el Decano de Derecho, asambleístas, creo que profesores y algún otro que he olvidado; lo cierto es que se fueron a dentro. Mientras tanto se empezaron a repartir una serie de volantes de todo tipo y para todos los gustos: a favor de la marcha, en contra de ésta, unos exigían aumento de sueldo, otros informaban la desición del congreso. También allí afuera se improvisó un mitin en el cual hablaron los representantes de Gremios que no entraron, algunos profesores, estudiantes de otras universidades (Callao, UNI, Cantuta, Católica) y en general, para todo el que quisiera hablar. Hay que decir que los discursos fueron tan trillados y repetitivos, que a muchos nos aburrieron…
De pronto, la multitud se empezó a movilizar nuevamente, y yo, que ya andaba con el cuerpo matadísimo –cargaba mi propia vestimenta-, muerto de sed y con hambre a más no poder, dudé en acompañar la caminata, que ahora se encaminaba a San Fernando. Pero al final me ganó el apasionamiento –eso siempre sucede- y acompañé con menos ánimos la protesta.
En San Fernando no hubo nada en especial, se paseó por el patio de muchas áreas verdes –que bien conservadas están-, comunicando a los futuros matasanos que se acercaran a la cancha de la facultad. Se acercaron muy pocos, y algunos gremios -tímidamente- se proclamaron en contra de lo que ya se sabe.
Entonces fue cuando reinó la locura, los dirigentes se empecinaban por continuar con una marcha que ya había acabado horas atrás y seguían proclamando arengas que ya casi nadie contestaba. Pero no, ellos continuaron hablando y hablando, y cuando terminaba uno, pasó otro a repetir lo que dijo el anterior y este a otro que iba a decir lo mismo que dijo el primero sólo que con otras palabras, simplemente ya todo fue caos; muchos ya se habían ido y otros conversaban de cualquier cosa menos de lo que se decía en el centro del patio.
En último lugar -cuando ya me iba- alguien habló de comunicar lo conversado en el congreso, esa misma tarde, pero en el patio de Sociales; a penas se terminó esta proposición, todos salieron del patio con un propósito que era fácil adivinar: ALMORZAR.
Nunca fui a aquella reunión, tenía el cuerpo demasiado cansado como para oír las peroratas malgastadas de los “compañeros”; ya después me enteraría de lo acordado en esa entrevista entre estudiantes y congresistas. El tiempo restante sólo me alcanzó para satisfacer esos instintos primigenios de hombre: comer y escribir.

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