Imprevistos en la Universidad...

Grande fue mi sorpresa cuando al llegar la encontré deshabitada: San Marcos -la decanísima de América- estaba solitaria, sin ninguno de sus hijos pródigos para defenderla...
La entrada estaba prohíbida, uno de los guardianes confirmó lo que hasta la tarde anterior era un mero rumor: Las clases se habían suspendido hasta nuevo aviso. La información era distinta, unos hablaban de un cierre hasta la próxima semana, otros creímos que esto era solo por ayer, total, lo único que se lograba con el cierre era el enfriamiento de la situación...
Una mujer un tanto apasionada reclamaba indignada que esto era un abuso, que era un atropello a la razón, que nadie podía contener la protesta estudiantil; luego, como predestinando algo calamitoso, dictaminó: "Seguro que esta mierda es hasta que terminen de construir el aro".
Era firme en su desición: No dejar entrar a nadie a la universidad y justo cuando ya cerraba la puerta en nuestras caras, un raro tipejo apareció y construyendo tretas y artimañas logró entrar él y nosotros, claro está que tuvimos que aceptar el engaño del desconocido: ahora éramos danzantes de algún baile que ya olvidé el nombre y entrábamos a ensayar el número ganador del concurso de festidanza 2008.
Lo primero que vi fue el comedor, estaba como siempre: vacío, sucio y con un olor de comida pasada que evoca en mí las desgracias digestivas de las que siempre sufrí. Cuan distinto estaba de el día anterior, en que ocultándome de la benemérita, llegué hasta allí cansado, sediento y con harta hambre. Entonces, pensando que ya se habían cansado ellos también, me dispuse a regresar al campo de guerra -que era el patio de derecho- pero que ingenuo fui, ellos estaban entrenados para perseguir, para no cansarse, para cumplir cual perros fieles lo que el jefe manda. Tendré que decirles que llegaron, y con ellos sus artefactos lacrimógenos que alborotaron el ambiente nutricional, salimos corriendo, presos de ese gas asfixiante que -aquí reproduzco las palabras de un comensal- "Arde como la puta madre". Encontré a una vinagrera -así les digo a los que guardan el líquido sanatorio de esos gases- y me untó el vinagre como crema para el rostro; es necesario aclarar que eso me ardió aún mas. Cuando ya pude reponerme, me vi rodeado de mucho color verde oscuro, y no era por los árboles o los arbustos de esta gris ciudad, no; eran los muchos policías que habían invadido la ciudad universitaria, zurrándose en la intangibilidad del espacio, sin importales la autonomía universitaria... en fin, era que ya habían ultrajado a la universidad.
Pronto fui testigo de la simpleza del trabajo policial: unos golpes por aquí, unas mentadas de madre a quien reclamaba por allá, otras "proezas" milicas más allá; un tanto asustado -yo siempre me asusto- escuché los fuertes reclamos que un joven, charola en mano, profería a los mal amigos: ¿Por qué lanzan las bombas en el comedor? ¿Acaso ellos tenían la culpa de lo que sus compañeros revoltosos hacían?, finalmente empezó a lanzar un canto que más a o menos aquí reproduzco: ¡Fuera tombos abusivos! ¡Fuera tombos matones! muchos lo seguimos -siempre lo hacemos-, entonces se formó un coro alrededor de ellos gritando la protesta, emitiendo el reclamo común; cuando el benemérito mayor alzó el enorme pie izquierdo -tenía que ser ese el dado- y con una fuerza inesperada, en un acto inesperado, arremetió toda la potencia de esa bota talla 45 contra el héroe amotinador, luego en una frase que aún recuerdo habló: Llevénse al revoltoso hijo´e puta, como era de esperar, el escuadrón águila -especializado en detener marchas- cayó sobre él, arremetiendo con esa cachiporra infernal. Todos pifiamos, pocos gritaron, sólo uno reclamó: No se lleven a José Carlos; ya era tarde, se lo estaban llevando y con él, se llevaban el orgullo de muchos de nosotros, dejándonos con un tremenda impotencia, con una increíble humillación, me sentí desamparado...
Todo lo anteriormente narrado se me colgó en la memoria al pasar por el comedor, las facultades desérticas y los patios solitarios. Encontré sólo a un grupo de compañeros que habían entrado por las paredes derrumbadas de la universidad, que era lo más propicio ante la negativa de los guardianes, ellos hablaron de lo que se avecinaba en esta semana de estudios clausurados, yo me mantuve al margen de comentarios y sólo atiné a decir que no me parecía justo aquella forma de contener los reclamos de un grupo mayoritario, pregunté por los capturados y especialmente por José Carlos, a ver si por casualidad alguien lo conocía, pero nadie me dio razón de él, la única parte que alcancé a saber -nunca entiendo todo por completo- fue la que trataba de la liberación de los detenidos. Luego me fui. Recorrí Derecho, Letras, Contabilidad y en todas estas facultades quedaban residuos de una protesta frustrada, las pancartas de "DESTRUYENDO", las caricaturas del alcalde con cuerpo de rata, las proclamas ya trilladas, me recordaron la magnitud del evento de la tarde anterior. Sorprendido por el panel que Administración había colgado, proclamando su inconformidad con lo sucedido, encendí el último y único cigarro que tenía, el robo que le hice a un compañero mío, y me fui fumando, como suelo hacer la mayor parte de las cosas: solo, no fume solamente el cigarro, sino con él, toda la rabia contenida, toda la frustración guardada de la tarde anterior, por los abusos que ellos cometieron y por los que nosotros cometimos, por la impotencia de no poder hacer nada ante tanta mierda. Me fui a andar por allí...

0 comentarios: