Otro Sin Título

En el fuerte viento que se lleva la última bocanada de humo, cree oír su presencia, toma el residuo de cigarro y lo ve consumirse con la ilusión de que esta vez saciará completamente la ansiedad contenida. Tratando de justificar la inútil espera y queriendo alentar el nuevo intento fallido, susurra para sí mismo: "Esta vez, sí vendrá".

Nuevamente no aparecerá y –como tantas veces ya pasadas- él regresará desilusionado a sus habituales actividades, tratando de maquinar un nuevo encuentro. Desde aquella vez sucede así: cuando oye el desesperante murmullo de la gente, en el triste aullido de los perros, en el momento preciso en que huele a su amante favorita, cuando se cree dominado por extraños sentimientos, cada vez que se entrega a los placeres del cuerpo y del alma, al presenciar los melancólicos atardeceres y hasta en su siniestro retrato de hombre insignificante, reflejado por el viejo espejo; cree percibir la feminidad que desde tiempos inmemorables espera.

Ya antes la ha sentido, en tiempos anteriores han estado íntimamente juntos; hace muchos años de ese encuentro que su memoria –recién ahora- le proporciona como el primero, pero que él se niega a aceptar como cierto, pues cree –basado en intuiciones nada exactas- que en momentos anteriores al declarado por su imperfecto recuerdo humano, se han identificado mutuamente, compartiendo –como lo hizo, hacia un tiempo atrás- algunos ánimos en común.
Aquella vez, de la cual él niega su carácter primigenio, sucedió cuando todavía era un hombre en proceso, sin una edad calculable por la brevedad vivida. El encuentro se dio en una noche incierta, en el preciso instante en que se encontraba en esa dimensión sugestiva, entre la somnolencia y la vigilia. Inmerso en ese limbo de irrealidad,reconoció la presencia de alguna compañía que le resultaba familiar y, acercándose más a ese ser de rasgos incógnitos, creyó sentirse identificado con la deidad que ahora tocaba, comprobando la inmediación entre ellos. Sus manos recorrieron un cuerpo frío, de mujer caduca; encontró lugares fascinantes a su instinto y otros patéticos a su razón. Cuando ya no supo que más palpar y se prestaba a retirar su inexperiencia, ella tomó sus manos y lo guió por senderos concupiscentes, jamás imaginados, lo dirigió cual ciego mental, mostrándole nuevas rutas corporales, descubriéndole un innato cuerpo de fémina madura. Antes del amanecer, habían intercambiado soledades, placeres, sueños y fe. Él concluyó, también antes del amanecer, que eran anteriores a este encuentro.


Desde aquella vez –que acabó intempestivamente cuando él preguntó sobre cercanías anteriores a ésta- los encuentros se sucedieron con cierta continuidad, siempre de noche, siempre cuando se introducía en ese inexistente espacio. Fue en esos tiempos en que él aprendió a entonar antiguas melodías ya olvidadas, también descubrió el verdadero uso de las manos, supo interpretar miradas, sueños y metáforas; ella le enseñó los arpegios básicos de la pasión, el principio único del dibujo, la materialización exacta del espíritu, la absoluta verdad de sus mentiras.
Pero también ella –sin proponérselo -aprendió de él; la negación de la realidad, el cinismo –propio de nuestra estirpe-, la contemplación de los atardeceres, la incredulidad para las cosas existentes, la dulce exploración de los cuerpos, la arrogancia humana –no la divina- y el mitificar objetos, fueron algunas situaciones, acciones y recuerdos, que le enseñó.


Pero cuando él le empezó a preguntar por su pasado, por su existencia, por el tiempo vivido en el ayer, por su identidad; ella interrumpía su hablar quedándose callada, se alejaba del medio y partía, dejándolo intrigado y algo arrepentido por la inconveniente interrogante. Después, ya solo, se entregaba a uno de sus placeres predilectos: el sueño, inactividad mortal, que le gustaba tanto como ella.

Cuando despertaba sólo recordaba confusamente lo sucedido –como si hubiese soñado algo que no lograba recordar, pero que sabía que ocupó su mente la noche anterior-, pues esta insólita situación, tenía como condena, recordar sólo lo aprendido, mas no todo lo vivido. Ella sabía de esta condición, era por ello que se empecinaba en compartirle su sabiduría de mujer antigua, de anciana de tribu; y le toleraba sus diarias interrogantes impertinentes, su retraso en el aprendizaje, su crisis existencial. En fin, era un hombre y ella lo amaba.


La última noche que pasaron juntos –ninguno de los dos sabía que era la última-, ella comenzó la enseñanza del idioma del ultraísmo metacientífico, que consistía en besar todo lo que estaba a tu paso, antigua técnica de hombres extraños. Pero cuando ella ya se retiraba por las cuestiones rutinariamente inconscientes que él le exigía; inexplicablemente, recordó todo.

Entonces esta vez ya no fue un reclamo incipiente, producto de una simple duda, no. Esta vez fue un reclamo sustentado en toda una vida de trasnoches, en toda una vida de experiencias compartidas, de aprendizaje mutuo, de sueños simultáneos; fue un reclamo por saber quien era el ser que esperaba, que sentía, que amaba desde hacía mucho tiempo atrás.

Se fue, contra toda decisión que le hubiese gustado disponer. Se fue y ya nunca más volvió por él, pues se habían traspasado los límites del entendimiento divino y humano. Él siguió recordando aquellos encuentros, fascinado por todo lo vivido, inmerso en una mezcla de misterio y sorpresa, que envuelve a todo aquel que experimenta situaciones extracotidianas. La esperó, sin saber que jamás volvería, durante mucho tiempo intentó tramar situaciones para que ella volviera: se entregó a los placeres humanos, conoció diversas manifestaciones ancestrales, aprendió mitos y leyendas que hablaban de ella; trato de recobrar esa quimérica zona en donde la encontraba, pero jamás volvió a verla. Y el tiempo que camina sin respetar a nadie, sin acordarse de nada y sin ayudar a alguien, lo llevó por senderos desconocidos. Sus contemporáneos lo tildaron de vesánico, los hombres no creyeron nada de lo que él contó, su raza lo repudió y ante toda la incredulidad de la naturaleza, empezó a dudar de la veracidad de esos hechos que ahora le parecían fantásticos. Fue cuando dejó de hablar de esa irregularidad en su vida, de ese desliz en su ayer, de ese sueño que pareció muy cierto, pero que sólo fue una ilusión. Se fue volviendo viejo y en ese deterioramiento humano, su mente terminó de erradicar todo vestigio de ella. Fue entonces cuando volvió a ser hombre para los demás.

Pero también ella tuvo que olvidarse del ser que llevó bajo tutela durante inmensos períodos, se le obligó a no revelar la historia de ese hombre que pudo entender el lenguaje celestial, pues podría provocar una tremenda alteración al orden establecido; guardó silencio eterno y en sus profundas meditaciones, logró esconder el pensamiento que le recordaba aquellas noches de enseñanza divina y aprendizaje humano.


Para cuando volvieron a encontrarse, ya eran totales extraños…

*

Mayo 2008

2 comentarios:

Anónimo dijo...

despues de haber leido, mas que nunca mi sombra se declara enamorada, pero esta se ha separado de mis pasos verdaderos, conoció fantasmas que le han dicho que al acabar el dia desaparecerá, y es por eso que los ha seguido,
descubrio lo que podían enseñarle. traspasar las paredes. pero ella ya lo sabía, y cuando se dio cuenta de todo,era tarde solo un lugar la resguardó, en fantasma electrónico se convirtió. Ahora está allí, presa, pero viva.Yo la observo, la comprendo, aunque no entienda, le cedo tiempo y mis manos para lo que pueda decir.

Anónimo dijo...

siga escribiendo ojala algún día logre algo que valga la pena.
literatura es un cedazo
por donde pasa solamente grano fino.