Sin Título


En la reciente penumbra, el ominoso silencio le es motivo de gran intriga. Impaciencia. Casi instintivamente, una señal de advertencia se desliza desde el sendero mas secreto –parte incomunicable- de su cuerpo. Ofuscación. Entonces conocido todo le resulta, ya antes lo ha sentido: aceleración en el pálpito cardíaco, sudoración en manos y frente, frío, mucho frío y una rápida respiración… “¡Carajo! De nuevo el miedo este” piensa, mientras se moviliza en la búsqueda del viejo candelero y siente –cada vez con mayor intensidad- los síntomas de una nueva crisis de incontrolable pánico. Desesperación.
No le calma la perturbación el hallazgo –después de muchos golpes y tropezones- que ha hecho del candelero. Ni siquiera el encontrar vela y fósforos han disipado el miedo que la oscuridad –ahora en menos tonalidad y con infinidad de sombras- produce en él. Es más, diríase que ya mismo está alucinando con las sombras producidas por la corta y humeante vela; y que, en este desvarío, puede ver desde caras deformes y cuerpo distorsionadas, hasta pasajes violentos de una vida que –con seguridad- no es, ni será la suya; además de escuchar insondables ruidos y sentir presencias imperceptibles. Faltándole poco para alcanzar el clímax de su in verosímil situación, un existente y efectivo sonido –algo confuso- se hace presente en el lugar.
Al abrir la puerta, ya no siente temor, se torna ahora en una inexplicable tranquilidad, como si el llamado de la puerta hubiese roto el hechizo de este miedo que, desde tiempos inmemorables, y aún hoy, lo acompaña. Tomando conciencia de la reciente serenidad que en estos momentos lo controla, agudiza la vista y con temblorosa voz pregunta a este enigmático ser que tiene frente a sí –algo indiscernible por la falta de luz, pero no por ello invisible- sobre su identidad y el motivo de su presencia.
No hay respuestas y las preguntas no se repiten más. En su lugar, aparece un inesperado ventarrón, el cual menea de algún modo al largo manto que lleva quien la puerta ha tocado, ES así, como se da cuenta que es una mujer, o que al menos, eso indican sus formas contorneadas por el imprevisible viento.

*

“En ese instante me quedé hipnotizado... No recuerdo cuanto tiempo estuve frente a ella, pero sé que no fue mucho por que luego caminó hacia mí, me tocó el rostro con una mano que parecía de hielo y…” Era justo aquí cuando vacilaba su narración; a veces, cuando éramos varios los que los que escuchaban, como para aumentar la credibilidad de su relato –del cual ya todos dudábamos- derramaba algunas lágrimas, diciendo que lo dicho por esa mujer no podía ser repetido, pues era fatal para niños como nosotros, tan buenos, tan caritativos con él. Entonces, aprovechándose de la situación, pedía alguna “colaboración” para continuar el relato: nuestras loncheras, algún que otro dulce o a veces, en el mejor de los casos, nuestras propinas. Luego del artificioso asalto, continuaba –sin perder nuestra atención- más o menos, así: “Ya no supe que hacer, me quedé asombrado con lo que me dijo… Luego, sin pronunciar nada más, se alejó de mí. Al comienzo la seguí con la mirada, pero cuando ésta ya no alcanzó, me asomé al umbral y al verla, volvió a habitar el súbito terror que todavía hoy me acompaña…Todo se me hizo más claro, entendí sus palabras ahora que la veía completa y a lo lejos, ahora que la veía con un grupo igual a ella, ahora que la veía irse, arrastrando el largo manto, como si no tuviera pies, como si flotara; cargaban un cajón, una de esas cajas en donde encierran a los muertos, ataúd lo llaman, sí, eso; lo cargaban, lo llevaban en hombros, sin tocar el suelo…y el miedo ¡Maldito miedo que ya me entraba de nuevo! Y el aullido de los perros recién escuchado y el cuerpo, la respiración, el latido y todas esas cosas que empezaban… ¡Mi cuerpo! ¡El del cajón era yo! ¡Eso me dijo! ¡Yo era el del cajón! ¡Estaba vivo y ellos me llevaban! ¡Me llevaban ¡Me llevaron!”

*

Nunca más volvimos a ver o saber algo del abuelo.
Algunos dijeron que se mató, porque no podía soportar el miedo que, cada noche, le recordaba a esa mujer. Otros menos apasionados, apoyaron la versión en que éste moría de frío, tuberculosis, hambre y todas esas enfermedades que le da a la gente que anda en las calles. Pero muchos de nosotros, crecimos creyendo y exaltando la leyenda en que la mismísima muerte –esa mujer de manos frías- habría venido por el abuelo y, tal como se hubiera pronosticado, habría llevádoselo vivo, siendo cargado en un cajón, en un ataúd, en una de esas cajas en donde se encierra a los muertos.
Setiembre del 2007.




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