Relato UNO

Siempre he querido tocar mis manos, tocarlas suavemente; como si rozara el cuerpo de una diosa, como si con ellas yo pudiera manifestar mi amor, mi fe.
Nunca he podido acariciarlas y sufro por eso.
También sufro porque nunca toqué mis pies; es más, nunca los vi, no sé si los perdí en alguna huída, no sé si me los robaron o están allí abajo escondidos, ocultos de mi corta vista.
Pero si nunca he podido ver mis pies... ¿Será que no tengo ojos?.
NO.
Yo sí tengo ojos, me veo claramente, me veo y me reconozco, acepto mi desgastada fisonomía de viejo celador de misterios, de hombre maquillado para actuar precipitadamente, de simple carpintero hacedor de agua.
Felizmente, sí tengo ojos... ¿Y de qué sirven si no tengo pies?
¿De qué sirve un ojo si no puedo tocar mis manos?
Sin manos, sin pies, inclusive sin ojos... se puede avanzar.

0 comentarios: