Orificios destornillados.

HABRÍA QUE RECORDAR, a los que transitan constantemente por las rutas rabiosas de esta poluta ciudad, lo jodidamente tormentosa que se presenta la carretera limeña: ómnibus que con su estrepitoso claxon casi destrozan los tímpanos, cobradores malhumorados, vendedores que suben y bajan de los carros, escolares haciendo bulla, gente que te estafa el bolsillo y de paso el estómago, universitarios, madres embarazadas que apelan al sentimiento maternal para que te levantes del incómodo asiento en el que tratabas de leer esa puta separata que no entiendes. Gente aplastada, el ladrón que intenta abrirte la mochila y robarte los libros prestados, el celular al que nadie te llama, el mp3 que te ha costado sacrificio etílico, sexual y hasta cultural. Reclamos por sencillos, música a todo volumen y el fétido olor que algunos de nuestros consanguíneos patriotas emitimos y que se agrava más cuando la ventana está cerrada. Todos esperando ser llevados a nuestros destinos.

Abancay. La mejor avenida para entender este cuadro variopinto de tan rimbombante ciudad. Frente a la biblioteca -donde la otra noche asaltaron a un borracho, dos estudiantes estúpidos y un cobarde- tomo el carro que me llevará: EMPRESA DE TRANSPORTES UNIDOS OCHO S.A. (EMTRANSUOSA), difícil sigla para recordar. Apenas subo, percibo la intensa música que no me dejará estudiar: maldita cumbia que se ha puesto de moda y que aún no es desplazada por algún otro ritmo. Examino al cobrador, y trato de ver la posibilidad de engañarlo al mostrarle mi carné militar por el de universitario -que me han robado-, logrando así pagar medio pasaje.

Intento leer. Las cuitas del joven Werther me esquiva. Goethe, tremendo apasionado tu personaje, hasta casi desquiciado, me cuesta concentrarme en la lectura, pero poco a poco, me voy envolviendo en ese fino manto de delirio, me envuelvo y olvido el bullicio;, la música está lejana, los sonidos son mi palpitación y la lectura interna de la obra. Me atrapa y ya no puedo soltarme, me coje cual tenaza, cual furiosa y lasciva mujer que te quiere sólo para ella. Que tierna y que dulce es mi amante Literatura.

"Buenas tardes señoras y señores..." Maldición, dejenme leer en paz. Un hombre casi calvo se presenta la multitud, con ojos cansados, mediana estatura, pobremente vestido, con resentida mirada y voz rasposa -esa que ha sido destrozada por tanto trago que vulnera gargantas-. Muestra dos metálicos, brillantes y curiosos destornilladores de roja empuñadura; los enseña como si fuesen un trofeo de guerra, como si representasen sus laureles y sus medallas de vida. Dice que se los introducirá en los orificio nasales.
Se escucha un gemido de mujer al fondo, producto de las osadas frases del viejo hombre de tan novísimo oficio. No le creo, me parece un estafador, pero no. Indica, de forma bastante pedagógica, la manera en que va a meter los desarmadores en su nariz. "Si se mete hacia arriba sería mortal", explica entusiasmado, mientras el chofer ha bajado el volumen de la cumbia, el silencio se ha apoderado del bus y yo ya me he hipnotizado con el faquir.

Uno en cada lado, los destornilladores se van hundiendo por los orificios que presenta la nariz, hacia abajo, conectando la nariz con la garganta, en ángulo inclinado. Sólo sobresalen los mangos de la herramienta. Una mujer que recién sube al transporte lanza un grito, la gente se ha quedado entre asustada, impresionada y con cierta desconfianza del actuante.
Luego, con los aparatos incrustados aún en la nariz, pasará a pedir la colecta habitual, la colaboración, el sencillo que te sobra, eso que gastarías en otra cosa inservible, pero que él se lo ha ganado. La gente, estupefacta, brinda sus monedas, vacía sus bolsillos, le colabora.

El viejo hombre se baja y un mutismo ha invadido el bus, las señoras tratan de recomenzar su conversa, el chofer sube el volumen de su radio, el cobrador pasa a cobrar los pasajes y logro engañarlo. Todo vuelve a la extraña normalidad.

2 comentarios:

Gustavo Ochoa Morán dijo...

Lo vi, lo vi.
Comparto la idea.


¿Será que el hombre está perdiendo en demasía la sensibilidad?
¿Cuánto decae nuestra conciencia cuando, ante situaciones tan intensas, volvemos al mismo estado como si nada se hubiese presentado?
¿Cuán adentro puede calar aún más aquel destornillador?


¿Es que destornillar es un acto irreparable?

Cesar Antonio Chumbiauca dijo...

Yo con «Werther» me quedo dormido en el carro, pero allá los gustos... Me divierto más leyendo tus desventuras; además que me identifico perfectamente con la ardorosa situación de viajar como tú y ver cada cosa...