Repugnancias, malestares y otros dilemas…

todo lo que me dio asco se quedó dentro de mí para siempre y no supe expulsarlo...

De pronto te levantas y sientes asco, no por el desordenado lugar, no por los estragos de una amanecida medianamente etílica, tampoco es el agudo bullicio que invade la habitación: no. La repugnancia es más antigua, no ha nacido esta mañana, ni por estos tiempos, te acompaña desde hace mucho y ya se ha hecho parte de ti: de vez en cuando la escondes, la camuflas bien, pintada con una ilusión o encubierta con un pensamiento… pero cuando estas ilusiones se derriten y tus caducos pensamientos se esfuman, vuelve a aparecer: fría y salvaje, inmensa y angustiante.

Esta repugnancia es ancestral: te acompaña hace mucho. Te levantas, te diriges al baño sorteando los discos escuchados, los libros a medio leer, la ropa sucia o limpia que reposa en el piso del cuarto. En el baño, te miras al espejo y no te reconoces: esa cara no te pertenece, esa marca en tu rostro, ese color de piel, esa mirada es de otro, de otro tipo. Se agudizan las divagaciones con las que despertaste. Humedeces tu cuerpo, filtras los líquidos, recubres tu piel.

Miras el reloj y te percatas que el tiempo de tu encuentro ya se ha vencido. Miras por la ventana y la garua flota en el ambiente; por el pasillo, la luz se va degradando hasta volverse oscuridad. Llamas a alguien, y nadie responde, nuevamente se han ido y una pequeña nota remarca su ausencia: “Regresaremos”.

La afonía del espacio te recuerda aquella noche en que la infinita y fría soledad te permitían escuchar el silencio: sí, hombre infrecuente, el silencio también tiene sonido. Revives el momento: una brisa que hace temblar, oscuridad iluminada, persistencia de algo que no entiendes.

Enciendes un cigarrillo y, aspirando el amargo sabor que producen estos filtros baratos, aparecen las siempre inoportunas nauseas. Lentamente, tu respiración se agita y se inicia un extraño desazón en el estómago que se eleva poco a poco. Tratas de controlarte pero es imposible, huyes hacia el baño y mientras depositas aquello que tu cuerpo rechaza, mientras sientes repugnancia frente a este malestar físico, recuerdas el asco con el que hace poco te levantaste.

Caminas en busca de agua, en el camino divisas el cigarrillo mancillado en el suelo. Tratas de apagarlo para fumarlo después, pero recuerdas la antigua enseñanza de que un cigarrillo encendido se fuma o se arroja. Lo desechas.

Sacias tu sed y la amargura del vómito se confunde con el líquido. La repugnancia vuelve a tu mente. Qué es este asco que sientes… a qué se debe, cuándo se inició… ¿repugnancia? a qué… por qué…

No lo entiendes, no… pero tampoco quieres entender…

2 comentarios:

mareva mayo dijo...

En días como esos, se descubre la víscera que acompaña la respiración.

Me ha gustado tu lugar.
Un abrazo.

Ana Lucía M.M. dijo...

Pues no sé Hombre Extraño, no me convence tu segunda persona, hace que me pregunte ¿Por qué quiere este personaje involucrarme y hacerme parte de lo que él y sólo él está sintiendo? Si no lo siento gratis, no lo sentiré nunca ¿Es que acaso no se atreve a verse solo en su repugnancia? Porque no me identifiqué, me sentí obligada, empujada. Tal vez sea porque no me gusta -generalmente- el narrador en segunda persona. Saludos nuevamente, ahora sí te leí.