CONFIANZA EN LA VIDA


Mientras el viento recorría tu espíritu de enardecida amante de solitarias causas; mientras el sonido continuaba percudiendo tus secretas manos de sembradora salvaje; mientras las marcas de tu piel se retorcían de júbilo ante el néctar de mis dedos… yo pensé en lanzarme.

No te lo dije, solo divagué algunas frases indiferentes en busca de opiniones divergentes. Entonces imaginé, sentí, casi palpé, como mi cuerpo podría cortar el frío viento de este tristemente caluroso verano, cómo mi ser se impactaba, sin aliento, sin ganas, en ese pedregoso asfalto de una ciudad caótica que enferma a sus hombres.

Me proyecté en el suelo áspero, sangrando el ánimo, casi consiente del dolor que mi orgullo derramaría al ser visto y apreciado por todos los fisgones nocturnos que atravesaran la calle. Mis vísceras esparcidas, algunos huesos rotos que más tarde roerían los ángeles, fluidos incontenibles que macularían mis interiores.

Tus lágrimas serían inevitables, se oirían algunos gritos de transeúntes estúpidos que miran el cadáver del próximo titular limeño, un niño preguntaría a su madre qué es esto, ella no sabrá qué responderle.

Al final, cuando me hayan levantado y perezosamente empiece el verdadero sentido de vivir, la putrefacción humana, me despertaré, estaré en otra dimensión y seré la música pésimamente entonada de alguien que se quedó al lado del camino.

Felizmente me tomaste la mano y dijiste “vamos”.

 

El libro de pequeño cristal

que juntos escribieron,

se está derritiendo hoy.

Pero las muecas de plástico

y las manos artificiales que

temporalmente acariciaron, sofocaron,

sus angustias,

quedarán para el recuerdo

del fauno que los soñó.

Volverás...





Te daré algunas cosas cuando te vayas,
un anillo y tres rosas cuando te vayas.
Y una copa de vino
tomaremos dos,
antes de que te vayas, te vayas vos.

Y te daré una nube cuando te vayas,
me verás en el cielo cuando te vayas.
Y si sopla buen viento
ella se irá con vos
remontando mis penas cerca del sol.

Y te daré algunas cosas cuando te vayas
para que vos las guardes, cuando te vayas,
y aunque al querer decirlas
se te quiebre la voz,
golpearán en tu pecho y en mi canción.

Y te daré mi sangre cuando te vayas
para que vos las guardes cuando te vayas,
y esa sangre en tu cuerpo
se convertirá en flor,
y así cuando te vayas me iré con vos.

Sodomías II


Constantemente, ella presume sobre la extensa cantidad de encuentros sexuales que ha tenido para su edad. Con veinte años, dice haber probado todas las razas, todos los excesos, todos los géneros, todas las posiciones. Proclama abiertamente que gusta del sexo anal y de practicarle felaciones al compañero de turno, así como ser partícipe de orgías. Sin embargo, lo que oculta para todos, menos para sí misma, es que ella nunca se ha acostado con alguien.

Sodomías I


Cada vez que está ebrio, él la insulta y la golpea cuanto puede y quiere. S* no muestra resistencia: se queda callada, apenada, con la mirada perdida en los labios de él: recibe los insultos, recibe los golpes y no dice nada. Pero cuando él le fuerza el jean –sin que la violencia de sus ataques haya reducido– y va introduciendo sus ponzoñosas manos bajo sus bragas, ella empieza a sentir ese pequeño ardor que tanto le gusta. Entonces le importa muy poco que lo hagan en el zaguán de alguna casa a medio construir o en ese parque de abundantes árboles que impregnan el paisaje de una lúgubre oscuridad y que a ellos, los oculta muy bien… no, no importa, basta con que lo hagan para que S* se sienta bien y espere –ansiosamente– el siguiente encuentro.