Una palabra para ti


Siempre supe que te encontraría
en alguna vieja calle de Lima
desde entonces
preparo cuidadosamente nuestro encuentro.

María Emilia Cornejo, A mitad del camino recorrido


Pienso en una palabra para ti y no se me ocurre cuál nombrar. Sé que la palabra podría ser un sentimiento o un sueño, una idea en común o una experiencia, una habitación o un color, un nombre o un lugar. Pienso en una palabra para ti. También puede ser una palabra que no signifique nada, una inventada, una que nunca se inventó, una que se inventó pero que nunca se usó. Un grito, un gemido en agudo, un gemido en grave. ¿Qué palabra prefieres? Y no me atrevo a nombrar ninguna. Solo me atrevo a nombrar letras, solo algunas, por ejemplo una H, pero esa no necesitaría nombrarla por ser silenciosa y eso es como decir nada. Una A tal vez, pero sentiría que copio las letras que antes otros ya te nombraron. He intentado decirte Q, R o W… pero nada da con lo que quiero expresarte, nada se acopla firmemente.

Así que busco una palabra para ti. Nada sencilla, nada ostentosa. Que sin decir mucho ya diga bastante. Que pareciendo vacía esté repleta. Que no estando allí, esté. Una palabra que no por recordarse, se olvide. Una palabra que no tenga una significación real, pero que no caiga en los laberintos de lo abstracto. Una palabra que sea un laberinto con salida fácil. Una palabra que sea una larga historia, complicada y terrible, pero con final feliz. Una palabra que ilusione a los niños como a los viejos. Una palabra en la que crean aquellos que ya no creen en nada. Una palabra para los que perdieron a los suyos, para los que se perdieron a sí mismos. Una palabra que designe tus acciones, tus gestos y tus movimientos; pero que a su vez designe tus sentimientos, tu razonar y tus sensaciones. Una palabra para ti.

Sigo buscando una palabra para ti. Que no por ser buena, esté finalizada. Una palabra que pueda completarse, a la que siempre que se le recuerde se le pueda añadir algo nuevo. Una palabra que también tenga música incorporada, que de vez en cuando pueda cambiar de color. Que tenga mil formas de uso y que las personas las sepan sin necesidad de que alguien se las explique. La palabra que no caiga en desuso, que no pueda clasificarse. Una palabra que no necesite mencionarse. Una palabra para ti. La palabra perfecta, la adecuada, la que sea capaz de matar, de crear. La palabra que te evoque completamente, para que cuando ya no estés yo la mencione a media voz y aparezca todo lo que eres, o lo que fuiste, o lo que serás. Una palabra que solo tú y yo entendamos, pero que todos sepan de su existencia, intuyan su necesidad, crean imprescindible su creación. La palabra. Busco una palabra para ti.



Afinar la guitarra, lustrar los zapatos, descargar música, hincarse los brazos, calcular cifras, redactar presupuestos, agregar tu número telefónico, evitar hablar contigo, desesperarme por su ausencia, comer despacio, cuatro cucharadas de azúcar, contar el pasaje, pedir dinero prestado, leer sin entender nada, sentir miedo, tragarse el hambre, hacer el crucigrama, sentirme rechazado, dejar inconcluso el sudoku, recortar el guión, alejarse de la señorita que me va a causar problemas, escuchar la novena repetición de lunes por la madrugada, los acordes de desarma y sangra son muy difíciles, escribo para no morir, el reportaje de la semana, la actuación de la semana, los celos de la semana, la soledad del minuto, Borges y su invocación a Joyce, mi alegoría de Caín que perdimos, la soledad acompañada, el libro que nunca leíste, el que nunca te entregué, el que nunca escribiré, la ciudad de madrugada, veintisiete de octubre, el ocho de algo o de alguien, yo vi caminar por las calles de lima…, yo caminaba por las calles de lima, yo he muerto en esas calles, yo y mi otro yo te saludamos, la onceava repetición de lunes por la madrugada, mirarla dormir, recordar la infancia y el desarraigo, los sueños rotos, la tristeza de estar vivo y sentirse muerto, el engañar astutamente, el parafrasear a medias, la disciplina, la disciplina, la disciplina, Tú, esto, ella y él también, sudar, sangrar, orinar, llorar, eyacular, vomitar, cagar, hoy, la luna en febrero, la luna en octubre, no es verdad este amor, más allá de toda pena siento que la vida es buena, jugando a creernos libres, seguir lustrando los zapatos, el disco aún no descarga, corregir los signos de puntuación, escuchar un aullido a lo lejos, recordar que mi madre decía que eran avisos de malas noticias, reírme de esto, la repetición número catorce de lunes por la madrugada, siento la emoción de haber dejado lo mejor, malas noticias, ojalá que sea así.

LA FUNCIÓN ETERNA

El escenario está vacío. Las luces, apagadas. Se escuchan algunas melodías de Einaudi que –durante el transcurso del silencio y antes de que se hable– irán incrementando su volumen. Aparece el hombre en escena. La luz cenital va encendiéndose sobre él, con suavidad, con miedo: tiene los ojos cerrados y su rostro revela cierta cicatriz melancólica que el maquillaje no ha podido disimular. Trae un pantalón que más tarde se destrozará, unos zapatos negros perfectamente lustrados y unas manos cansadas, de un rojo obsceno. Tiene el dorso desnudo. Todos lo miramos con reprobación, con asco, con lujuria. A algunos, el estrépito de la música (para este momento ya debe sonar en toda su magnitud) empieza a incomodar a algunos. El hombre abre los ojos, camina hacia los espectadores. La música termina y con tono solemne, casi indiferente, dice hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad, al finalizar la frase desliza una sonrisa irónica de la que aún muchos años después se seguirá hablando. En ese momento nadie entenderá el gesto, después tampoco. Repite nuevamente la frase, vuelve a cerrar los ojos. La función ha empezado. Nunca acabará.

Hoy no va a ocurrir nada


Hoy no va a ocurrir nada. Las señales que marcamos en las puertas no nos salvarán de la peste. No servirán los cánticos que creamos para no enfadar a dios. Mis manos no te humedecerán esta tarde. Y ella no sonreirá al recibir su regalo. Hoy no va a ocurrir nada. Tus delicadezas de puta instaurada no terminarán por convencerte. El llanto del niño sin padres nos conmoverá. Y al anochecer, no habrá luna. Hoy no va a ocurrir nada. Lara no encontrará refugio para esconderse. Esteban no morirá ahogado. Hebaristo no se consumirá de amor. A Leopoldo no lo engañará su mujer. Alejandra no le volará los sesos a sus padre esta noche. Yerma tendrá un hijo. Martín no acuñará tropos. Y él leerá tu saludo de cumpleaños con una sonrisa de superioridad: pobre niña estúpida que aún cree en mí. Hoy no ocurrirá nada. Los asesinos se tomarán un descanso. El robo fiscal tendrá bajas. Ninguno gemirá. No habrá sangre en la escena del crimen. No habrá agua para beber; preservativos para usar; vida para joder. Estaré cansado, celoso, absurdo. Estarás muerto, distante, incierto. Estará neutral, solo, sin lamentos. Estaremos sufriendo, llorando y contentos. Hoy no va a ocurrir nada... mañana tampoco.


poetas o suicidas


…aquí no llega nadie: nos gustan las flores pero no tenemos agua para regarlas; nos gusta el cielo pero siempre está nublado, gris; nos gusta la soledad, pero el bullicio de las fábricas no deja vivir…

Esos lugares generan poetas…

O suicidas, que al fin y al cabo son lo mismo…

CUERPO ENAMORADO (eielson)


Porque la otra tarde, entre tus agudos y mis graves, falsifiqué parte de este poema...


cuerpo enamorado


Miro mi sexo con ternura
Toco la punta de mi cuerpo enamorado
Y no soy yo que veo sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el remanso y ríe
Amo el espejo en que contemplo
Mi espesa barba y mi tristeza
Mis pantalones grises y la lluvia
Miro mi sexo con ternura
Mi glande puro y mis testículos
Repletos de amargura
Y no soy yo que sufre sino el otro
El mismo mono milenario
Que se refleja en el espejo y llora

J.E. Eielson

En: Noche oscura del cuerpo. POESÍA ESCRITA.

Nuestro compromiso

"...como dos desamparados en medio de la soledad
que se acuestan juntos para darse mutuamente calor..."


Ernesto Sabato
SOBRE HÉROES Y TUMBAS

D E J A R


Esta noche debería enmendar algunas debilidades.

Dejar, por ejemplo, el absurdo remordimiento por haber llegado lo suficientemente tarde y perder la oportunidad, o demasiado temprano como para esperar –con paciencia y disciplina– mi turno. Estas contriciones desestabilizan, hacen dudar los preceptos y terminan por humedecerme los párpados y resecarme el ánimo.

Abandonar el tabaco. Mis ojeras, los dientes cada vez más amarillos y los dedos callosos me lo piden. Cada día la insoportable toz matutina, los labios resecos y el asco generalizado, me reclaman con furia por los cigarrillos esfumados.

Olvidar mi lunático culto por los libros y empezar a regalarlos o venderlos (al fin y al cabo los libros no se forran y sí se pueden rayar, y su lectura en voz alta no es obligatoria).

Tirar a la basura mis viejos cassettes que jamás volveré a escuchar y que hoy son tragados por el polvo. Romper esas cajas de zapatos donde guardo piedras extrañas, una flor plastificada y el misal con el que mis antepasados rezaron alguna vez.

Desechar las míseras enciclopedias de a sol que me regalaron para estudiar y de donde no aprendí mucho; los recuerdos que nunca sucedieron y que me empeño en contar; mis medias verdades y mis ingenuos números de suerte.

Dejar a molicie y a necedad. Olvidar mis orgullos y las canciones de Silvio, Drexler y Einaudi.

Dejar de creer que haremos algo.

Dejar de escribir estas líneas.


La incertidumbre ha desaparecido. Por estos tiempos mi vida se decide por la rítmica dicotomía que ejerce una moneda. Mi accionar lo decide el azar. Cara sí, sello no. Extraña sensación.

Será por ello mismo que últimamente me he sorprendido revisando el horóscopo, mirando con demasiado interés las casas de apuestas y, esperando ansiosamente, no cruzarme con ningún espejo que me refleje 7 años de soledad.

Y es que los Capricornio somos un signo introvertido. Nuestro elemento, que es tierra, nos hace personas muy tímidas y recelosas con la vida que llevamos. Seguramente Saturno, el planeta que nos gobierna, influye directamente sobre esta conducta.

Por lo demás, trato de persignarme cada vez que paso delante de una cruz y cada cierto periodo reviso mi carta astral. Rezo todas las noches la oración al santo del día y leo, con devoción bíblica, las declaraciones de los sabios iluminados que pronostican el futuro.

Respeto a quienes rechacen esta conducta. Incluso imagino que algunos señalarán mi contradicción e inconsecuencia con el discurso que manifestaba hace algunos meses. Solo me limitaré a repetir el inicio de estas líneas: ya no tengo incertidumbre.

Mario y su TESTAMENTO DE MIÉRCOLES

Hace un año intenté escribir algo sobre la desaparición del buen Mario, pero mi inexperiencia en el nado literario, hizo que me ahogara en mis propias palabras. Algunas semanas atrás, Agridulce –la chica de la sonrisa más triste en esta ciudad– me hizo recordar que había pasado un año desde su desaparición, inevitablemente tuve que hablar al respecto. Este es mi modesto pronunciamiento: Mario, el astillero donde reparaste tus sueños, ha servido también para reparar los míos.

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Descubrí al poeta Mario en una vieja y maltratada edición del 82. Leía sus versos con devoción angustiosa en las largas y frías mañanas de agosto, mientras evadía las clases colegiales que por ese entonces ya consideraba inservibles. Era agosto, sí. Lo recuerdo con precisión porque el libro que robé de la biblioteca, Poemas completos de Mario Benedetti, lleva aún la fecha de retorno en la solicitud de pedido que jamás entregué.

El libro robado sabiamente lleva también algunas (muchas) marcas de anónimos lectores. Asiduos descifradores del poemario que maltrataron el ejemplar pero que nunca osaron robárselo, al menos no completamente. Incógnitos compañeros de angustias y sueños que tacharon o subrayaron con brutalidad –según su desaprobación o su consentimiento– los versos, tropos, metáforas o palabras que consideraron meritorios de su gusto o no.

Dentro de sus párrafos –con una caligrafía atropellada y deslucida– se encuentran trazadas comas y puntos groseros que intentan corregir el estilo del poeta. Al inicio de algunos poemas se hallan pequeñas líneas alusivas: nombres dedicados, citas de autores, números y cifras indeterminados, comentarios, nuevos títulos para los poemas, versos inventados… un poema de nombre Intimidad lleva dedicado –premonitoriamente– una palabra que años después revelaría algo: Carolina.

El libro de poemas se deshojaba tristemente: añejo, amarillento y sin algunas (muchas) páginas. Porque yo me robé el libro, sí… pero antes, ellos, se llevaron sus hojas. (Mucho tiempo después, severos jueces de hurtos literarios me criticarían el robarme un libro que no tenía más de la mitad de sus páginas completas). Algunas de las carillas que los lectores/ladrones le arrancaron –números que factorizan con suma ironía los principales eventos de este hombre sin sombra– son la ciento cincuenta y uno, la ocho, la cuarenta y cuatro, la veintisiete…

A veces dudo de la pluralidad de los anónimos lectores/ladrones del poemario. En noches inciertas en que el frío, las angustias y el desánimo se combaten con cigarrillos, cafés en polvo y sueños desechables, cojo ese viejo poemario y, mientras reviso minuciosamente los restos de las páginas arrancadas, pienso en la probabilidad de que todo eso haya sido obra y gracia de un solo hombre: seguramente iba extirpando con esmero todas las hojas, poema por poema, con la quimérica intención de que alguna vez haya leído todos los versos y juntado, a su vez, el libro completo… yo me adelanté a él.

Gracias al índice intacto –una de las partes más pulcras e incólumes que quedaron del poemario– pude, mucho tiempo después, revisar cada uno de los poemas que se arrancaron. Además, muchas de las anotaciones que hallé dentro del poemario (sobre todo las citas de autores y los comentarios) me llevaron a descubrir otros hombres. Así, me encontré leyendo a Byron, Cernuda, Nicolai, Brecht, Darío o Poe; escuchando a Páez, Viglieti, Joplin, Drexler o Piaf; apreciando a Dalí, Gauguin, Guayasamín o Espinoza; viendo a Almodóvar, Polanski, Jarshmuch o Buñuel.

Entusiasmado con las nuevas lecturas, con los nuevos autores encontrados, dejé de lado el viejo libro de Mario. Además, la nueva solvencia económica que ostentaba en la vida universitaria (que en verdad solo eran unos cuantos soles más) me permitió adquirir nuevos ejemplares nunca antes tocados, intactos de mácula y lector alguno, y por supuesto, con todas sus páginas completas. Al final refundí ese viejo poemario en alguna caja incierta donde acumulo libros que alguna vez me fueron imprescindibles pero que hoy ya no importan.

Y abandoné el libro a su suerte, empolvándose, solitario y humedecido. Hasta que la muerte de Mario, poco más de un año, me obligó regresar a él. Descubrí asombrado unas líneas casi al final del libro, que profetizaban asombrosamente: Al final, terminarás olvidándome… M.B. Por supuesto que eso lo escribió algún sagaz lector y no el propio Mario, la tinta del lapicero rojo lo evidencia. Pero igual fue aterrador para mí encontrar aquella frase, desempolvé el libro, abrí una página al azar y fue el poema Testamento de miércoles el que apareció.

Esta aparición me pareció curiosa, puesto que aquellos versos fueron uno de los primeros que memoricé. Además, ahora que releo este poema me parece que es uno de los que mejor definen a Benedetti como ser humano solitario; como un hombre comprometido, delirante y apasionado; como poeta irónico, tierno y sensible. Desde este remoto espacio de resistencia, soledad y sueños, querido Mario, yo sonrío de felicidad al recordar algunos versos suyos.

 

" Testamento de miércoles "

Mario Benedetti


Aclaro que éste no es un testamento
de esos que se usan como colofón de vida
es un testamento mucho más sencillo
tan sólo para el fin de la jornada

 

o sea que lego para mañana jueves
las preocupaciones que me legara el martes
levemente alteradas por dos digestiones
las usuales noticias del cono sur

y una nube de mosquitos casi vampiros

 

lego mis catorce estornudas del mediodía
una carta a mi mujer en que falta la posdata
el final de una novela que a duras penas leo
las siete sonrisas de cinco muchachas
ya que hubo una que me brindó tres
y el ceño fruncido de un señor
que no conozco ni aspiro a conocer

 

lego un colorido ajedrez moscovita
una computadora japonesa sin pilas
y la buena radio en que está sonando
el español grisáceo de la bibicí
ah la olivetti y el cepillo de dientes
no los lego porsiaca

 

lego tropos y metáforas de uso privado
que modestamente acuñé en la tarde
por ejemplo el astillero en que reparo mis sueños
el pájaro aleatorio que surge del crepúsculo
la cortina de lluvia que miro y no descorro

 

lego un remordimiento porque es aleccionante
y un poco de tristeza porque es inevitable
también mi soledad con la ilusión
de que el jueves resuelva no admitirla
y me sancione con presencias varias

 

lego los crujidos de mis viejas bisagras
también una tajada de mi sombra
no toda porque un hombre sin su sombra
no merece el respeto de la gente

 

lego el pescuezo recién lavado
como para un jueves de guillotina
una maceta con hierbabuena
y otra con un boniato que me hastía
ya que esta cargante convolvulácea
me está, invadiendo el cuarto con sus hojas

 

lego los suburbios de una idea
un tríptico de espejos que me agrede
el mar allá al alcance de la mano
mis cóleras por orden alfabético
y un breve y curioso estado de ánimo
que todavía no sé si es inocencia
o estupidez malsana
o alegría

Llevo tus marcas en mi piel


“vive intenso y muere rápido”

Janis Joplin


A Chalo lo consume la incertidumbre de no saber aún qué símbolo escoger para su tatuaje número treinta. Felizmente acompaña esta incertidumbre con sus infalibles “mixtos”, que consume con zozobra. Además, alterna “la destrucción” con su trabajo interdiario como “jalador” para algunas tiendas de tatuajes. Sus marcas en la piel le salen gratis. Afirma que la gente lo busca siempre. Afirma además –con cierto aire solemne que inspira respeto y miedo–, que quiere vivir lo más rápido posible, pero sobretodo, que quiere morirse joven.

Es lunes por la mañana y estamos divagando alrededor de una botella de ron, una lista de preguntas que se ha negado a responder y un silencio que empieza a asustarme. Chalo está medio ebrio, sin polo y con uno de sus pitillos en la boca (buena cosecha, me asegura). Yo, intranquilo y con frío, le observo minuciosamente las arrugas y los tatuajes que le adornan el cuerpo. Ambos evidencian la edad que ha vivido, pero no la que realmente tiene.

Por supuesto que a Chalo esto no le importa. Sentado en ese viejo sillón que por las noches le sirve de cama y desgastándose con el alcohol y las drogas, cumple con disciplina su plan delirante de quitarse, poco a poco, la existencia. Porque para él, expresar su edad es expresar también el número de tatuajes que lleva sobre la piel. Veintinueve imágenes que representan, en tinta indeleble y para siempre, algunos de los episodios más importantes de su vida. Vida que, me asegura, ya se acaba.

Se ubica casi siempre en la primera cuadra del atestado Jirón de la Unión. Recostado sobre la pared, con su catálogo bajo el brazo y esperando en silencio a que alguien, intrigado por su aspecto sombrío y por ese halo de misterio que expele, se le acerque. Yo lo conocí de esa manera. Cuando estuve frente a él por primera vez, me dijo ¿quieres alguna marca que te adorne la piel? Le comenté la idea de entrevistarlo y escribir sobre él. No me presto para cojudeces, fue la única respuesta que obtuve mientras se alejaba de mí.

Pero ahora estamos aquí, bebiendo en un lunes por la mañana, sentados y en silencio, mientras contemplo con asombro sus tatuajes. Lo he encontrado al fin: mentira, ha sido él quien se ha dejado encontrar. Porque resignado a no entrevistarlo, conversaba ya con algunos de sus colegas, cuando él ha aparecido frente a mí y con tono burlón, aliento a trago y menos hosco que de costumbre me ha dicho: te contesto todo lo que quieras por una botella de ron. Le he pagado el trago y en agradecimiento, me ha invitado a la pocilga donde vive: un cuarto en la azotea de algún edificio extraviado, como él.

Deja de apuntar y bebe… vamos a destruirnos… – interrumpe el silencio y me alcanza la botella de ron– a lo mejor hasta me ayudas a escoger la número treinta. Su hablar es irónico, hiriente. Probablemente más tarde no recuerde con quién bebía esta mañana, ni qué decía, sus colegas me han contado que rara vez se le encuentra sobrio, me advirtieron que tenga cuidado. Palmea mi espalda y me ofrece el pitillo de marihuana: es su forma de invitarme al bacanal. Intimidado por el convite y por esa mirada hermética, vehemente, solo le sonrío.

Algunos de sus tatuajes más visibles son el largo dragón negro comiéndose a una oveja y el símbolo de Guns’N Roses, que se acompaña con una frase de la banda. En el cuello lleva figuras geométricas: triángulo, círculo y cuadrado. El pecho está cubierto por ángeles semidesnudos, flores y calaveras. Me ha señalado como su tatuaje favorito, el que lleva en la espalda: un demonio de mirada desafiante, que coge en la mano derecha un libro y en la izquierda una flor. Arriba de la imagen se lee la filosofía de Chalo: corta vida para los hombres del futuro. Este dibujo fue el primero que tatuó en su piel.

Y es que a sus veinte años, cuando aún estudiaba esmeradamente una prometedora carrera universitaria, nada en su vida parecía indicarle que –pocos años después– se dedicaría a convencer gente para tatuarse el cuerpo, perforarse la piel o abastecerle con un poco de hierba. En ese entonces todavía vivía con sus padres y no llevaba el cabello desordenadamente largo. Su piel estaba intacta de marcas, no bebía ni se drogaba y, me lo comenta entre risas, todavía era virgen.

¿Qué sucedió para que Gonzalo del Río –su verdadero nombrese corrompiera en el camino? Lo contemplo ofreciéndome el pucho de hierba y negándose a decirme qué le sucedió. No logro entender ese deseo (ansioso, casi desesperado) de vivir alternativamente. Sin comprometerse con algo o alguien, declarándose un contracultural, un antisistema. Sin poseer una casa, un trabajo seguro, familia o sueños. Irónicamente, la canción que suena en la radio me trae la respuesta: somos los niños burbujas del fin de la historia… No le acepto el pucho.

Molesto por el desplante me echa del cuarto (en verdad creo que simplemente ya se aburrió de mí y de las preguntas que le hago). Una vez más le miro los tatuajes que lleva, los mismos que no le cuestan un solo céntimo (hace mucho que Chalo cobra en tatuajes, me lo aseguraron los tatuadores de la cuadra). Desconcertado, me retiro de la habitación, solo me quedan claras dos cosas: que a Chalo le gusta exhibirse y deslumbrar a los demás con sus tatuajes y que está inevitablemente solo. Porque aunque me haya dicho que muchos lo buscan y siempre lo necesitan, entiendo que esa es una manera de esconder su patética soledad. A Chalo solo le queda su cuerpo.

Salgo a la calle y está garuando. Un mendigo me pide dinero, algunos travestis regresan de su agitada faena, hombres y mujeres hacen cola para trabajar, policías pidiendo coimas, un abogado que más tarde comprará un juicio. Una señora lleva a sus hijos al colegio y tres muchachos ebrios insultan a un vendedor que al parecer, los ha querido estafar. Suciedad en las calles y personas enmarcadas en la rutina. Siento tristeza por lo que veo y en un intento delirante por ver las cosas de otro modo, entiendo a Chalo.

¿Quién puede vivir en este violenta realidad?, ¿qué ganas de comprometerse, de construir algo, pueden nacer en un espacio donde la existencia es tan dificultosa? A lo mejor Chalo es justamente el hombre de estos tiempos, el representante de una generación desilusionada, escéptica de todo progreso, no alineada y delirantemente errabunda, con la máxima ilusión de vivir rápido y morir joven. A lo mejor, este hombre solo es un visionario que nos dice que en estos tiempos, nuestros tiempos, no podemos apasionarnos sino con lo único que nos pertenece: nuestro cuerpo… Pero no, estoy equivocado, definitivamente Chalo está loco.


Tus regalos deberían llegar...



Y es que por estos tiempos no escribo. No porque no tenga inspiración (nunca la he tenido... imagino que otra sería la cosa si pudiera inspirarme por algo), sino que simplemente no escribo porque no tengo Word.

Así que mejor reproduzco una de las canciones más poéticas de Fito. Hoy la he escuchado e inevitablemente he recordado ese viejo disco que durante muchas noches acompañó mi juventud, y por ende, mi emblemática frase de aquellos tiempos: nada de esto tiene sentido.





Epifánico silencio a la hora del amar
Tus ensueños ya se hiceron a la mar
Un extracto del perfume del dolor
Tus muñecas boca arriba y hacia el sol.
Tus regalos deberían de llegar
Los elefantes locos, el vestido, el ajuar.
Caminando en la neblina
Que disipa el corazón
Los milagros en tu cuerpo ya serán
Las violetas de tu sangre vivirán
Sobre un río enamorado y en su andar

Tus regalos debarían de llegar
Las velas, las vajillas y tu felicidad.
Y no sabes si detenerte o llover
Y parada sobre el mundo a tus pies
Tu sonrisa que nos hace temblar.
Tiempla el mundo que no entiende al final
Ese beso de la vida,
La sutil melancolía
El momento cuando piras
Los espacios donde miras
Y las gotas de tu lluvia se irán

Y otra vez en la secuencia
De los pétalos que caen
Se descubren los misterios del azar
Y las manos que se encuentran en la flor,
La bestial naturaleza del amor.
Tus regalos deberían de llegar
Si todo se termina ,
Todo vuelve a empezar.
La mañana que se viene
Es una vieja sensación
Que refleja en los espejos del tiempo.
Y la niña acurrucada en el rincón
Es la chica contra la furia de dios.
Tus regalos deberían de llegar
No es mucho lo que tengo para darte, mirá.

Y no sabés si detenerte o llover
Y parada sobre el mundo a tus pies
Tu sonrisa que nos hace temblar
Tiembla el mundo
Que no entiende al final
Ese beso de la vida, la sutil melancolía
El momento cuando piras
Los espacios donde miras
Y las gotas de tu lluvia se irán
Y tus regalos deberían de llegar
Y las gotas de tu lluvia se irán.

Entre pairos y derivas (Delgadillo)



El cuarto cigarrillo del día me ha recordado que la otra noche te dedicaba esta canción en silencio.




"...entre pairos y derivas,
por los mares de mi vida,
hoy me veo siempre
bogando a ti..."

Solo porque esta ciudad no es una utopía...





“Yo vi caminar por las calles de Lima

a hombres y mujer carcomidos por la neurosis…”

Enrique Verástegui


(...)

De noche, Paseo Colón es un fino lienzo que retrata completamente a esta caótica y húmeda ciudad. Estas cinco cortas cuadras (que hace mucho dejaron de ser el decimonónico y distinguido paseo para convertirse en la recorrida, peligrosa y atiborrada calle limeña que conocemos hoy) expresan a cada uno de los individuos que transitan diariamente por este lugar.

Aquí todos se cofunden. Hombres y mujeres se mezclan entre la bulla del plomizo y tóxico tráfico. Las escuelas de chóferes, de oratoria y de instrucción pre-militar se imparten bajo la música entonada por las máquinas que remodelan –una vez más– las hoyosas pistas. Los viejos edificios que alguna vez alojaron a la selecta clase limeña y que hoy lucen empolvados y tapados groseramente por carteles políticos, sirven de posada pasajera para travestis y ladrones.

A la concurrida calle llega gente de todos los conos limeños. Algunos esperan el carro a casa, otros se detienen a observar las chucherías que se comercian en las aceras. Están los que ofrecen amor al paso y quienes lo consumen, estudiantes fumándose la vida, parejas que se proclaman afecto bajo la sombra de algún envejecido árbol, vendedores ambulantes, dateros, locutorios al paso, mendigos falsos y verdaderos. Aglomeración de gente.

(...)


Esteban Hebaristo, La soledad del espejo...

Tomar partido hasta mancharse...



Solo porque algunos versos de este
poema me iluminaron los desgastados colores que llevaba.


LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
(Gabriel Celaya)

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante más se palpita
y se sigue mas acá de la conciencia
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las barbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que siento excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para pobre, poesía necesaria,
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir quien somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mi a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo que por eso con técnica, que puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos reeeepetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.


ella, usted, esa, la, tú, ella(s)



La gorda señora de delgadas ilusiones, junto a su áspero hijo de cartón (el mismo que nos golpea cada vez que le negamos la lonchera), se acerca a la ventanilla del establecimiento para adquirir el fármaco que usará, en breve, para extinguir su vida.

***

Te recuerdo fumando mucho. Un collar de perlas plásticas, un plato de tallarines verdes y muchos besos que, empapándome la cara, me causaban asco. Creo también recodar –mentira: probablemente sea el recuerdo de alguien más que de tantas veces contármelo, he terminado por hacerlo mío- el sonido de tu risa escandalosa, la fotografía en el pórtico de casa y tus interminables silbidos matinales.

¿Se acordará usted de mí?

***

“…no pues… esta noche está recontra jodida, querido….no puedo rebajarte tanto... es que esos hijos de puta de los serenos me están espantando los clientes… no, no se acercan pues, miran la camioneta de esos webones y se van a Colmena con los rosquetes de mierda… los cojudos piensan que los van a levantar también… sí, va a estar jodida la noche… No, nada… mi precio es treinta… no pues… ay… ya, ya, ya… mira… te lo dejo en 20, pero tú pagas el telo y no hay chupada… ¿qué dices?”

***

Al salir de clases, ansiosa, esperaste su aparición. Sorteaste torpemente la vergüenza, los amigos y la posible aparición de tu hermano mayor. Cuando estuvieron solos y bastante alejados (bastante escondidos) de los demás, él –quién después sería el maldito idiota que se aprovechó de ti– te dio tu primer beso. Sonreíste y lo abrazaste muy, demasiado, fuerte: tal y como lo viste en tu telenovela favorita. Él, sonriendo también, pensó en la apuesta que ya tenía ganada.

***

Decrépita y con una sonrisa desdentada, inventándonos la vida con sus insidiosos comentarios (deberíamos agradecerle: al menos así la vida se nos hace más entretenida), la señora Juana es una anciana chismosa que cuida a su nieto. Se levanta muy temprano, enciende la radio chillona y le prepara el desayuno al hijo que su hija abandonó hace algunos años.

Dicen que le ha enseñado el alfabeto, algunas matemáticas y a rezar –en voz alta y con cara de creyente arrepentido– el Padrenuestro. Dicen además (aquí todos “decimos”), que se mantiene solo de la mísera pensión que recibe a cambio de algo que ofreció, pero que nadie sabe exactamente qué es…

Esta mañana ha llegado su hija, y entre gritos y derechos de maternidad se ha llevado al nieto. Nosotros, imposibilitados, la hemos visto llorar.


Corre, me dijo la tortuga


Solo porque hoy, ahora, me siento así...




" Corre, dijo la tortuga "
(J.Sabina / A.G.de Diego)

Corre,dijo la tortuga,
atrévete, dijo el cobarde,
estoy de vuelta, dijo un tipo
que nunca fue a ninguna parte,
sálvame dijo el verdugo,
se que has sido tú,
dijo el culpable.
No me grites, dijo es sordo,
hoy es jueves, dijo el martes,
y tú no te perfumes con
palabras para consolarme,
déjame solo conmigo,
con el íntimo enemigo
que malvive de pensión
en mi corazón.
El receloso, el fugitivo,
el más oscuro de los dos,
el pariente pobre de la duda,
el que nunca se desnuda
si no me desnudo yo,
el caprichoso,
el orgulloso,
el otro, el cómplice, el traidor.
A tí te estoy hablando, a tí
que nunca sigues mis consejos,
a tí te estoy gritando, a tí
que estás metido en mi pellejo,
a tí que estas llorando ahí,
al otro lado del espejo.
A tí, que no te debo
más que el empujón que anoche
me llevó a escribir esta canción.
No me mientas dijo el mentiroso,
buena suerte dijo el gafe,
ocúpate del alma, dijo
el gordo vendedor de carne,
pruébame dijo el veneno,
ámame como odian los amantes,
Drogas no, dijo el camello.
¿Cuánto vales? dijo el gangster,
a punto de rendirme estaba,
a un paso de quemar mis naves,
cuando al borde del camino
por dos veces el destino
me hizo un guiño en forma de
labios de mujer:
-"¿Nos invitas a una copa?"-
-"Yo te secaré el sudor"-
-"Yo te abrazaré bajo la ropa"-
-"¿Y quién va a dormir conmigo?"-
-"Ni lo sueñes"- contestó
una indignada,
y otra, encantada,
no dijo nada y sonrió.
A tí te estoy hablando, a tí
que nunca sigues mis consejos,
a tí te estoy gritando, a tí
que estás metido en mi pellejo,
a tí que estas llorando ahí,
al otro lado del espejo.
A tí, que no te debo
más que el empujón que anoche
me llevó a escribir esta canción

Día de la tierra


Acaba de terminar el día de la tierra y como buen hijo, he querido escribirle algo. Sin embargo, soy un mutilado de imaginación, un desgraciado en el lenguaje, un imposibilitado de la palabra... así que mejor dejo a Drexler hablando por mí, por todos.


Madre Tierra es madre soltera,
uuh, su luna no es de miel.
Él se marchó hace dos años,
dejándola en la dulce espera.
Y su corazón ya no espera por él.

Aún es joven la Madre Tierra
uuh, la flor de la edad
cruzando el cielo,
el pelo al viento
y el niño en la cadera,
yo me volví al verla pasar.

Por el azul,
azul del cielo
uuh, con su vestido del azul del mar

Está en el paro, la Madre Tierra
uuh, pero sabe pelear,
y algunas noches
hace suplencias
de camarera
si la vecina le cuida el chaval...

Mi mesa la atiende la Madre Tierra
"Ya vamos a cerrar"'me dice'.
Yo le digo: "Te ví con tu niño,
vivimos en la misma acera
si ya te vas, te puedo acompañar"

Por el azul,
azul del cielo...
uuh, con su vestido del azul del mar.


(Esta noche, cuando me despedía, te mostré las manos... recuerda aquella frase del buen Fito que dice: llevo tus marcas en mi piel)


Gabriela Parra, solo porque usted sigue siendo una lunática soñadora de altas rodillas y una poética ingeniera de algo que ya olvidé de nuevo... solo porque debajo de su piel también reclama libertades... solo porque me debes un grito, un abrazo y una larga caminata a la nada... solo porque los vínculos existentes son, o estúpidamente delirantes o materialmente imposibles... yo creo que hay una tercera opción. Y sí... soy un asco.


[...] la incertidumbre, que es lo último (y lo único) de seguro
que nos quedará esta noche.
la incertidumbre, esta puta decrépita que tantas
veces rondó nuestras calles en busca de clientes.
la incertidumbre, la hija que se nos murió antes de nacer...
ella misma, nos conmueve hasta...
ella no nos conmueve, nos hace llorar.

Esteban Hebaristo, La soledad del espejo...

Anotaciones para recordar minutos después de la escena del crimen…

Luego del crimen, recorrerá la escena un frío y provocador viento que incitará siniestros remordimientos. La angustia, un fallido intento por calmarse y el hilo de desesperación que empieza a desatarse en el tiempo, serán las evaporaciones más inmediatas.

La habitación estará desierta, silenciada. Los espejos estarán manchados por el líquido coagulado que hasta hace un momento te hacía vivir. Sentiré miedo, se me congelará el ánimo, tus agonizantes sílabas me harán llorar… ¿terminaré arrepintiéndome?

Mucho tiempo después me levantaré, limpiaré el arma que yace alborotada, brillante en el suelo de la oficina y me lavaré las manos. Me haré más viejo en esos momentos, el invierno nos cubrirá, probablemente quiera marcharme sin algún aviso… Y tu cuerpo sobre el suelo, inerte, lejos del aire, lejos de tu lugar… y yo contemplándote, guardando el arma, escondiéndola… tantos años buscando el momento para hacerlo y ahora… y ahora…

Bajaré las escaleras… saldré a la calle y junto a la misma puerta desde donde hace muchos años me violentas la vida, dejaré la corbata, el saco, el paño con que envolvía el arma todo este tiempo.

Qué haré entonces… ¿regresaré a casa?, ¿a la comodidad del sofá?, ¿tendré el descaro de encender un cigarrillo, de coger los mismos libros, de cantar a viva voz?, ¿podré hacerlo?, ¿o solo caminaré por las calles ensangrentadas? ¿me seguiré riendo de los hombre de ropas e ideas vacías?, ¿para ese momento ya me sentiré capaz de morir?, ¿será veintisiete de octubre?

Quiero creer que me volveré loco y tiraré piedras a la luna, que nunca más regresaré a esa habitación donde noche tras noche planeaba, planeábamos, el asesinato. Qué va ser de mí… ¿mentiré de nuevo, contaré los días… qué soñaré ahora, les diré barbaridades a las mujeres hermosas que pasen cerca de mí?

Reiré con violencia, hermosa y salvajemente, me preguntaré qué sería de ti ahora… emprenderé un largo viaje para que tu recuerdo no me alcance. De vez en cuando miraré los restos de sangre que se quedaron entre mis dedos y el sentimiento de culpa volverá… ¿y si mejor hubieras vivido tú y yo no? probablemente ellos hubieran sido más felices… pero no, no, no… la vida no tiene sentido…