...dos hombres sentados mirándose a los ojos y hablando cosas que ellos no entienden... porque no son hombres...


El hombre que pronunció las frases sueltas –aquellas diatribas que no condujeron a nada o que conduciendo a algún lado resultaron ser la nada, igualmente–, hoy se ha sentado frente a mí.

Y su tristeza, malinterpretación salvaje de los hombres fugaces que perdimos la sombra, va coloreando la habitación donde esta noche trataremos de asesinarnos mutuamente.

Él empuña su bolígrafo de tinta líquida, yo la ceniza del cigarrillo número veinticuatro. Un viento helado recorrerá el sudor de su axila izquierda, yo anunciaré conatos, promesas y me callaré, entendiendo que todo lo que diga, al final, será en vano: jamás lo cumpliré.

Pero me mira y sonríe. Se burla discretamente de la camisa con agujeros, del polo marrón, de la barba desaliñada, del vello púbico enredado, de los piojos, de las miserias que empiezan a apestar (cuidamos tanto de que el olor de putrefacción no se perciba).

Yo trato de sonreír también, pero nunca me enseñaron la posición correcta en que la boca, los pómulos, el mentón y la nariz, forman una sonrisa… espero que en la brevedad posible, me indiques las coordenadas faciales para enmarcar, ficticiamente, una expresión cercana, un intento fallido de algo que quiere parecerse a una sonrisa…

Entonces detiene el gesto, deja el bolígrafo sobre la mesa y señala el bello espejo que recubre toda la habitación, el cuarto entero es un espejo.

Toma mis manos, me hace sentir su angustia desde su sien; tomo sus manos, le hago escuchar las gotas de mi melancolía.

Nos abrazamos, lloramos y nos asesinamos…

Mañana tendremos que volver a hacerlo, todo, de nuevo.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

La nada, lo inútil, la alegría, el reflejo de uno... interesante tu texto. La descripción de la burla me gustó. Y la habitación espejo es un fetiche?

Cesar Antonio Chumbiauca dijo...

Hace tiempo que esperaba un escrito así. Estuvo muy bueno. Sigue empuñándo el bolígrafo.