"Cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado el tiempo en que se pudo." |
Sodomías IV
Siempre le aburrió el método tradicional de lavarlo con abundante agua, enjabonarse el espumante entre las concavidades y frotarse fuertemente el orificio con esas manos ásperas, callosas, de macho salvaje. Todo este ritual con el fin de quitar cualquier rastro de excremento, semen reciente o el típico sudor que le producían los constantes encuentros (bien pagados, bien trabajados) con sus clientes.
Por todo ello y para más comodidad, optó por una solución efectiva. Fue una mezcla de ingenio, ahorro e higiene profunda, muy profunda.
Aunque sus colegas se lo habían recomendado, al inicio se sintió raro haciéndolo, pero luego fue tomando práctica y en poco tiempo se volvió todo un experto en la faena.
Tomó la costumbre de colocarse una botella de plástico en el ano –con agua hasta un poco más de la mitad– a modo de enema. Una vez bien introducida la botella, presionaba el plástico hasta que el ano succionara parte del agua (sí, la misma mecánica que una lavativa) y esperaba a que el líquido limpiador descendiera, luego de un recorrido interior, nuevamente a la botella.
Este proceso de succión/expulsión lo repetía de siete a trece veces (cuestiones de cábala, me aseguró luego), hasta sentir que el ingreso a sus intestino quedaba totalmente reluciente, libre de gérmenes y de residuos seminales. Luego continuaba con el trabajo.
Fue una lástima que este método lavativo no lo haya protegido del virus que poco después lo mató.