ella, usted, esa, la, tú, ella(s)



La gorda señora de delgadas ilusiones, junto a su áspero hijo de cartón (el mismo que nos golpea cada vez que le negamos la lonchera), se acerca a la ventanilla del establecimiento para adquirir el fármaco que usará, en breve, para extinguir su vida.

***

Te recuerdo fumando mucho. Un collar de perlas plásticas, un plato de tallarines verdes y muchos besos que, empapándome la cara, me causaban asco. Creo también recodar –mentira: probablemente sea el recuerdo de alguien más que de tantas veces contármelo, he terminado por hacerlo mío- el sonido de tu risa escandalosa, la fotografía en el pórtico de casa y tus interminables silbidos matinales.

¿Se acordará usted de mí?

***

“…no pues… esta noche está recontra jodida, querido….no puedo rebajarte tanto... es que esos hijos de puta de los serenos me están espantando los clientes… no, no se acercan pues, miran la camioneta de esos webones y se van a Colmena con los rosquetes de mierda… los cojudos piensan que los van a levantar también… sí, va a estar jodida la noche… No, nada… mi precio es treinta… no pues… ay… ya, ya, ya… mira… te lo dejo en 20, pero tú pagas el telo y no hay chupada… ¿qué dices?”

***

Al salir de clases, ansiosa, esperaste su aparición. Sorteaste torpemente la vergüenza, los amigos y la posible aparición de tu hermano mayor. Cuando estuvieron solos y bastante alejados (bastante escondidos) de los demás, él –quién después sería el maldito idiota que se aprovechó de ti– te dio tu primer beso. Sonreíste y lo abrazaste muy, demasiado, fuerte: tal y como lo viste en tu telenovela favorita. Él, sonriendo también, pensó en la apuesta que ya tenía ganada.

***

Decrépita y con una sonrisa desdentada, inventándonos la vida con sus insidiosos comentarios (deberíamos agradecerle: al menos así la vida se nos hace más entretenida), la señora Juana es una anciana chismosa que cuida a su nieto. Se levanta muy temprano, enciende la radio chillona y le prepara el desayuno al hijo que su hija abandonó hace algunos años.

Dicen que le ha enseñado el alfabeto, algunas matemáticas y a rezar –en voz alta y con cara de creyente arrepentido– el Padrenuestro. Dicen además (aquí todos “decimos”), que se mantiene solo de la mísera pensión que recibe a cambio de algo que ofreció, pero que nadie sabe exactamente qué es…

Esta mañana ha llegado su hija, y entre gritos y derechos de maternidad se ha llevado al nieto. Nosotros, imposibilitados, la hemos visto llorar.


1 comentarios:

MoiZés AZÄÑA dijo...

Maldición, nadie sabe para quién trabaja.

AZAÑA ORTEGA