Llevo tus marcas en mi piel


“vive intenso y muere rápido”

Janis Joplin


A Chalo lo consume la incertidumbre de no saber aún qué símbolo escoger para su tatuaje número treinta. Felizmente acompaña esta incertidumbre con sus infalibles “mixtos”, que consume con zozobra. Además, alterna “la destrucción” con su trabajo interdiario como “jalador” para algunas tiendas de tatuajes. Sus marcas en la piel le salen gratis. Afirma que la gente lo busca siempre. Afirma además –con cierto aire solemne que inspira respeto y miedo–, que quiere vivir lo más rápido posible, pero sobretodo, que quiere morirse joven.

Es lunes por la mañana y estamos divagando alrededor de una botella de ron, una lista de preguntas que se ha negado a responder y un silencio que empieza a asustarme. Chalo está medio ebrio, sin polo y con uno de sus pitillos en la boca (buena cosecha, me asegura). Yo, intranquilo y con frío, le observo minuciosamente las arrugas y los tatuajes que le adornan el cuerpo. Ambos evidencian la edad que ha vivido, pero no la que realmente tiene.

Por supuesto que a Chalo esto no le importa. Sentado en ese viejo sillón que por las noches le sirve de cama y desgastándose con el alcohol y las drogas, cumple con disciplina su plan delirante de quitarse, poco a poco, la existencia. Porque para él, expresar su edad es expresar también el número de tatuajes que lleva sobre la piel. Veintinueve imágenes que representan, en tinta indeleble y para siempre, algunos de los episodios más importantes de su vida. Vida que, me asegura, ya se acaba.

Se ubica casi siempre en la primera cuadra del atestado Jirón de la Unión. Recostado sobre la pared, con su catálogo bajo el brazo y esperando en silencio a que alguien, intrigado por su aspecto sombrío y por ese halo de misterio que expele, se le acerque. Yo lo conocí de esa manera. Cuando estuve frente a él por primera vez, me dijo ¿quieres alguna marca que te adorne la piel? Le comenté la idea de entrevistarlo y escribir sobre él. No me presto para cojudeces, fue la única respuesta que obtuve mientras se alejaba de mí.

Pero ahora estamos aquí, bebiendo en un lunes por la mañana, sentados y en silencio, mientras contemplo con asombro sus tatuajes. Lo he encontrado al fin: mentira, ha sido él quien se ha dejado encontrar. Porque resignado a no entrevistarlo, conversaba ya con algunos de sus colegas, cuando él ha aparecido frente a mí y con tono burlón, aliento a trago y menos hosco que de costumbre me ha dicho: te contesto todo lo que quieras por una botella de ron. Le he pagado el trago y en agradecimiento, me ha invitado a la pocilga donde vive: un cuarto en la azotea de algún edificio extraviado, como él.

Deja de apuntar y bebe… vamos a destruirnos… – interrumpe el silencio y me alcanza la botella de ron– a lo mejor hasta me ayudas a escoger la número treinta. Su hablar es irónico, hiriente. Probablemente más tarde no recuerde con quién bebía esta mañana, ni qué decía, sus colegas me han contado que rara vez se le encuentra sobrio, me advirtieron que tenga cuidado. Palmea mi espalda y me ofrece el pitillo de marihuana: es su forma de invitarme al bacanal. Intimidado por el convite y por esa mirada hermética, vehemente, solo le sonrío.

Algunos de sus tatuajes más visibles son el largo dragón negro comiéndose a una oveja y el símbolo de Guns’N Roses, que se acompaña con una frase de la banda. En el cuello lleva figuras geométricas: triángulo, círculo y cuadrado. El pecho está cubierto por ángeles semidesnudos, flores y calaveras. Me ha señalado como su tatuaje favorito, el que lleva en la espalda: un demonio de mirada desafiante, que coge en la mano derecha un libro y en la izquierda una flor. Arriba de la imagen se lee la filosofía de Chalo: corta vida para los hombres del futuro. Este dibujo fue el primero que tatuó en su piel.

Y es que a sus veinte años, cuando aún estudiaba esmeradamente una prometedora carrera universitaria, nada en su vida parecía indicarle que –pocos años después– se dedicaría a convencer gente para tatuarse el cuerpo, perforarse la piel o abastecerle con un poco de hierba. En ese entonces todavía vivía con sus padres y no llevaba el cabello desordenadamente largo. Su piel estaba intacta de marcas, no bebía ni se drogaba y, me lo comenta entre risas, todavía era virgen.

¿Qué sucedió para que Gonzalo del Río –su verdadero nombrese corrompiera en el camino? Lo contemplo ofreciéndome el pucho de hierba y negándose a decirme qué le sucedió. No logro entender ese deseo (ansioso, casi desesperado) de vivir alternativamente. Sin comprometerse con algo o alguien, declarándose un contracultural, un antisistema. Sin poseer una casa, un trabajo seguro, familia o sueños. Irónicamente, la canción que suena en la radio me trae la respuesta: somos los niños burbujas del fin de la historia… No le acepto el pucho.

Molesto por el desplante me echa del cuarto (en verdad creo que simplemente ya se aburrió de mí y de las preguntas que le hago). Una vez más le miro los tatuajes que lleva, los mismos que no le cuestan un solo céntimo (hace mucho que Chalo cobra en tatuajes, me lo aseguraron los tatuadores de la cuadra). Desconcertado, me retiro de la habitación, solo me quedan claras dos cosas: que a Chalo le gusta exhibirse y deslumbrar a los demás con sus tatuajes y que está inevitablemente solo. Porque aunque me haya dicho que muchos lo buscan y siempre lo necesitan, entiendo que esa es una manera de esconder su patética soledad. A Chalo solo le queda su cuerpo.

Salgo a la calle y está garuando. Un mendigo me pide dinero, algunos travestis regresan de su agitada faena, hombres y mujeres hacen cola para trabajar, policías pidiendo coimas, un abogado que más tarde comprará un juicio. Una señora lleva a sus hijos al colegio y tres muchachos ebrios insultan a un vendedor que al parecer, los ha querido estafar. Suciedad en las calles y personas enmarcadas en la rutina. Siento tristeza por lo que veo y en un intento delirante por ver las cosas de otro modo, entiendo a Chalo.

¿Quién puede vivir en este violenta realidad?, ¿qué ganas de comprometerse, de construir algo, pueden nacer en un espacio donde la existencia es tan dificultosa? A lo mejor Chalo es justamente el hombre de estos tiempos, el representante de una generación desilusionada, escéptica de todo progreso, no alineada y delirantemente errabunda, con la máxima ilusión de vivir rápido y morir joven. A lo mejor, este hombre solo es un visionario que nos dice que en estos tiempos, nuestros tiempos, no podemos apasionarnos sino con lo único que nos pertenece: nuestro cuerpo… Pero no, estoy equivocado, definitivamente Chalo está loco.


Tus regalos deberían llegar...



Y es que por estos tiempos no escribo. No porque no tenga inspiración (nunca la he tenido... imagino que otra sería la cosa si pudiera inspirarme por algo), sino que simplemente no escribo porque no tengo Word.

Así que mejor reproduzco una de las canciones más poéticas de Fito. Hoy la he escuchado e inevitablemente he recordado ese viejo disco que durante muchas noches acompañó mi juventud, y por ende, mi emblemática frase de aquellos tiempos: nada de esto tiene sentido.





Epifánico silencio a la hora del amar
Tus ensueños ya se hiceron a la mar
Un extracto del perfume del dolor
Tus muñecas boca arriba y hacia el sol.
Tus regalos deberían de llegar
Los elefantes locos, el vestido, el ajuar.
Caminando en la neblina
Que disipa el corazón
Los milagros en tu cuerpo ya serán
Las violetas de tu sangre vivirán
Sobre un río enamorado y en su andar

Tus regalos debarían de llegar
Las velas, las vajillas y tu felicidad.
Y no sabes si detenerte o llover
Y parada sobre el mundo a tus pies
Tu sonrisa que nos hace temblar.
Tiempla el mundo que no entiende al final
Ese beso de la vida,
La sutil melancolía
El momento cuando piras
Los espacios donde miras
Y las gotas de tu lluvia se irán

Y otra vez en la secuencia
De los pétalos que caen
Se descubren los misterios del azar
Y las manos que se encuentran en la flor,
La bestial naturaleza del amor.
Tus regalos deberían de llegar
Si todo se termina ,
Todo vuelve a empezar.
La mañana que se viene
Es una vieja sensación
Que refleja en los espejos del tiempo.
Y la niña acurrucada en el rincón
Es la chica contra la furia de dios.
Tus regalos deberían de llegar
No es mucho lo que tengo para darte, mirá.

Y no sabés si detenerte o llover
Y parada sobre el mundo a tus pies
Tu sonrisa que nos hace temblar
Tiembla el mundo
Que no entiende al final
Ese beso de la vida, la sutil melancolía
El momento cuando piras
Los espacios donde miras
Y las gotas de tu lluvia se irán
Y tus regalos deberían de llegar
Y las gotas de tu lluvia se irán.

Entre pairos y derivas (Delgadillo)



El cuarto cigarrillo del día me ha recordado que la otra noche te dedicaba esta canción en silencio.




"...entre pairos y derivas,
por los mares de mi vida,
hoy me veo siempre
bogando a ti..."

Solo porque esta ciudad no es una utopía...





“Yo vi caminar por las calles de Lima

a hombres y mujer carcomidos por la neurosis…”

Enrique Verástegui


(...)

De noche, Paseo Colón es un fino lienzo que retrata completamente a esta caótica y húmeda ciudad. Estas cinco cortas cuadras (que hace mucho dejaron de ser el decimonónico y distinguido paseo para convertirse en la recorrida, peligrosa y atiborrada calle limeña que conocemos hoy) expresan a cada uno de los individuos que transitan diariamente por este lugar.

Aquí todos se cofunden. Hombres y mujeres se mezclan entre la bulla del plomizo y tóxico tráfico. Las escuelas de chóferes, de oratoria y de instrucción pre-militar se imparten bajo la música entonada por las máquinas que remodelan –una vez más– las hoyosas pistas. Los viejos edificios que alguna vez alojaron a la selecta clase limeña y que hoy lucen empolvados y tapados groseramente por carteles políticos, sirven de posada pasajera para travestis y ladrones.

A la concurrida calle llega gente de todos los conos limeños. Algunos esperan el carro a casa, otros se detienen a observar las chucherías que se comercian en las aceras. Están los que ofrecen amor al paso y quienes lo consumen, estudiantes fumándose la vida, parejas que se proclaman afecto bajo la sombra de algún envejecido árbol, vendedores ambulantes, dateros, locutorios al paso, mendigos falsos y verdaderos. Aglomeración de gente.

(...)


Esteban Hebaristo, La soledad del espejo...

Tomar partido hasta mancharse...



Solo porque algunos versos de este
poema me iluminaron los desgastados colores que llevaba.


LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
(Gabriel Celaya)

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante más se palpita
y se sigue mas acá de la conciencia
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las barbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que siento excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para pobre, poesía necesaria,
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir quien somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mi a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo que por eso con técnica, que puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos reeeepetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.