Mario y su TESTAMENTO DE MIÉRCOLES

Hace un año intenté escribir algo sobre la desaparición del buen Mario, pero mi inexperiencia en el nado literario, hizo que me ahogara en mis propias palabras. Algunas semanas atrás, Agridulce –la chica de la sonrisa más triste en esta ciudad– me hizo recordar que había pasado un año desde su desaparición, inevitablemente tuve que hablar al respecto. Este es mi modesto pronunciamiento: Mario, el astillero donde reparaste tus sueños, ha servido también para reparar los míos.

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Descubrí al poeta Mario en una vieja y maltratada edición del 82. Leía sus versos con devoción angustiosa en las largas y frías mañanas de agosto, mientras evadía las clases colegiales que por ese entonces ya consideraba inservibles. Era agosto, sí. Lo recuerdo con precisión porque el libro que robé de la biblioteca, Poemas completos de Mario Benedetti, lleva aún la fecha de retorno en la solicitud de pedido que jamás entregué.

El libro robado sabiamente lleva también algunas (muchas) marcas de anónimos lectores. Asiduos descifradores del poemario que maltrataron el ejemplar pero que nunca osaron robárselo, al menos no completamente. Incógnitos compañeros de angustias y sueños que tacharon o subrayaron con brutalidad –según su desaprobación o su consentimiento– los versos, tropos, metáforas o palabras que consideraron meritorios de su gusto o no.

Dentro de sus párrafos –con una caligrafía atropellada y deslucida– se encuentran trazadas comas y puntos groseros que intentan corregir el estilo del poeta. Al inicio de algunos poemas se hallan pequeñas líneas alusivas: nombres dedicados, citas de autores, números y cifras indeterminados, comentarios, nuevos títulos para los poemas, versos inventados… un poema de nombre Intimidad lleva dedicado –premonitoriamente– una palabra que años después revelaría algo: Carolina.

El libro de poemas se deshojaba tristemente: añejo, amarillento y sin algunas (muchas) páginas. Porque yo me robé el libro, sí… pero antes, ellos, se llevaron sus hojas. (Mucho tiempo después, severos jueces de hurtos literarios me criticarían el robarme un libro que no tenía más de la mitad de sus páginas completas). Algunas de las carillas que los lectores/ladrones le arrancaron –números que factorizan con suma ironía los principales eventos de este hombre sin sombra– son la ciento cincuenta y uno, la ocho, la cuarenta y cuatro, la veintisiete…

A veces dudo de la pluralidad de los anónimos lectores/ladrones del poemario. En noches inciertas en que el frío, las angustias y el desánimo se combaten con cigarrillos, cafés en polvo y sueños desechables, cojo ese viejo poemario y, mientras reviso minuciosamente los restos de las páginas arrancadas, pienso en la probabilidad de que todo eso haya sido obra y gracia de un solo hombre: seguramente iba extirpando con esmero todas las hojas, poema por poema, con la quimérica intención de que alguna vez haya leído todos los versos y juntado, a su vez, el libro completo… yo me adelanté a él.

Gracias al índice intacto –una de las partes más pulcras e incólumes que quedaron del poemario– pude, mucho tiempo después, revisar cada uno de los poemas que se arrancaron. Además, muchas de las anotaciones que hallé dentro del poemario (sobre todo las citas de autores y los comentarios) me llevaron a descubrir otros hombres. Así, me encontré leyendo a Byron, Cernuda, Nicolai, Brecht, Darío o Poe; escuchando a Páez, Viglieti, Joplin, Drexler o Piaf; apreciando a Dalí, Gauguin, Guayasamín o Espinoza; viendo a Almodóvar, Polanski, Jarshmuch o Buñuel.

Entusiasmado con las nuevas lecturas, con los nuevos autores encontrados, dejé de lado el viejo libro de Mario. Además, la nueva solvencia económica que ostentaba en la vida universitaria (que en verdad solo eran unos cuantos soles más) me permitió adquirir nuevos ejemplares nunca antes tocados, intactos de mácula y lector alguno, y por supuesto, con todas sus páginas completas. Al final refundí ese viejo poemario en alguna caja incierta donde acumulo libros que alguna vez me fueron imprescindibles pero que hoy ya no importan.

Y abandoné el libro a su suerte, empolvándose, solitario y humedecido. Hasta que la muerte de Mario, poco más de un año, me obligó regresar a él. Descubrí asombrado unas líneas casi al final del libro, que profetizaban asombrosamente: Al final, terminarás olvidándome… M.B. Por supuesto que eso lo escribió algún sagaz lector y no el propio Mario, la tinta del lapicero rojo lo evidencia. Pero igual fue aterrador para mí encontrar aquella frase, desempolvé el libro, abrí una página al azar y fue el poema Testamento de miércoles el que apareció.

Esta aparición me pareció curiosa, puesto que aquellos versos fueron uno de los primeros que memoricé. Además, ahora que releo este poema me parece que es uno de los que mejor definen a Benedetti como ser humano solitario; como un hombre comprometido, delirante y apasionado; como poeta irónico, tierno y sensible. Desde este remoto espacio de resistencia, soledad y sueños, querido Mario, yo sonrío de felicidad al recordar algunos versos suyos.

 

" Testamento de miércoles "

Mario Benedetti


Aclaro que éste no es un testamento
de esos que se usan como colofón de vida
es un testamento mucho más sencillo
tan sólo para el fin de la jornada

 

o sea que lego para mañana jueves
las preocupaciones que me legara el martes
levemente alteradas por dos digestiones
las usuales noticias del cono sur

y una nube de mosquitos casi vampiros

 

lego mis catorce estornudas del mediodía
una carta a mi mujer en que falta la posdata
el final de una novela que a duras penas leo
las siete sonrisas de cinco muchachas
ya que hubo una que me brindó tres
y el ceño fruncido de un señor
que no conozco ni aspiro a conocer

 

lego un colorido ajedrez moscovita
una computadora japonesa sin pilas
y la buena radio en que está sonando
el español grisáceo de la bibicí
ah la olivetti y el cepillo de dientes
no los lego porsiaca

 

lego tropos y metáforas de uso privado
que modestamente acuñé en la tarde
por ejemplo el astillero en que reparo mis sueños
el pájaro aleatorio que surge del crepúsculo
la cortina de lluvia que miro y no descorro

 

lego un remordimiento porque es aleccionante
y un poco de tristeza porque es inevitable
también mi soledad con la ilusión
de que el jueves resuelva no admitirla
y me sancione con presencias varias

 

lego los crujidos de mis viejas bisagras
también una tajada de mi sombra
no toda porque un hombre sin su sombra
no merece el respeto de la gente

 

lego el pescuezo recién lavado
como para un jueves de guillotina
una maceta con hierbabuena
y otra con un boniato que me hastía
ya que esta cargante convolvulácea
me está, invadiendo el cuarto con sus hojas

 

lego los suburbios de una idea
un tríptico de espejos que me agrede
el mar allá al alcance de la mano
mis cóleras por orden alfabético
y un breve y curioso estado de ánimo
que todavía no sé si es inocencia
o estupidez malsana
o alegría