ENRIQUE VERÁSTEGUI, 40 AÑOS DESPUÉS DE ‘EN LOS EXTRAMUROS DEL MUNDO’


El ocaso de un ídolo






Esta mañana no ha tomado las pastillas que lo rescatan de la esclavitud de sus delirios. Dos fuertes sedantes que lo mantienen apaciguado, sin nerviosismos ni agobios, completamente alejado –o casi– de sus respuestas disparatadas a periodistas en busca de su lado extravagante: “soy un profeta que ha escrito un libro sagrado”; de sus comentarios furibundos en las redes sociales: “Firma Enrique Verástegui, el mejor lector de Hispanoamérica”; de su facilidad para escaparse de casa y despotricar contra quienes lo cuidan: “Mi familia no quiere que tome porque es burguesa”. Esta mañana Enrique no ha tomado sus pastillas para los nervios y contra todas las recomendaciones y advertencias que me hicieron quienes aún lo vinculan, yo lo he encontrado insensatamente lúcido.

“La angustia… a veces pienso en eso de la muerte… me atormenta”, ha dicho Verástegui por tercera vez, casi deletreando las sílabas, con un hablar pausado y algo incómodo porque no he entendido lo que ya repitió dos veces. “A veces siento la soledad en toda su dimensión, algo así como la injusticia de que no se me reconozca la…”, lo interrumpo para pedirle que repita lo que está diciendo, se molesta nuevamente. Esta escena se repetirá a lo largo de toda la conversa, con la diferencia que hacia el final de la entrevista, ya ambos nos habremos acostumbrado a interrumpir y ser interrumpido.

- ¿Cómo?, ¿puede repetir eso último?
- Te hablo de la injusticia, muchacho, la injusticia de que no se reconozcan todos mis libros como lo que son.
- ¿Y qué son?
- Un proyecto poético monumental llamado “Ética”.

Hay un tic nervioso que no lo deja hablar, una mueca facial que repite involuntariamente: deslizar su lengua de un extremo a otro, sobándose los labios, los dientes, como un intento frustrado de sacar la lengua, un movimiento monótono que él no puede controlar y que obstruye cada una de las palabras que dice. A Verástegui no se le entiende lo que habla. Balbucea, repite dos o tres veces las frases para que se le pueda entender. En el último recital al que asistió, el II Festival de Poesía de Lima, sus lecturas fueron confusas, sus versos inentendibles. Pero al público esto no le importó: lo aclamaron, le pidieron dedicatorias, consejos, fotografías y un numeroso séquito de jóvenes lo acompañó hasta el final de la velada.
“Porque él es Verástegui y es inmortal”, me ha dicho Rafael García Godos, autodenominado fan de todo lo que tenga que ver con el grupo Hora Zero. “Porque sus primeros poemas significan un cambio transgresor en la poesía peruana”, mencionó esquivamente Hildebrando Pérez, poeta de la generación del 60 y viejo amigo del ‘negro’. “Es un mito, todos sabemos que fue un gran poeta, pero ha perdido la vigencia, el talento… además ahora está medio loco, habla disparates”, me ha dicho Domingo de Ramos, también poeta y bohemio acompañante de Enrique. “Tiene poemas muy hermosos, llenos de esa rabia generacional que solo la juventud posee,aunque ahora está medio zafado ¿no?, ¿qué es eso de andar pregonando que le hubieran dado el Nobel a él?”, comenta César Lévano, quien fue el primero en difundir la obra de Verástegui en Caretas, cuando apenas acababa de publicar su primer poemario: ‘En los extramuros del mundo’.

En ese entonces Enrique tenía 21 años y recién había llegado de Cañete, aún no ganaba la prestigiosa Beca Guggenheim, estudiaba Economía por presión de sus padres y acababa de escribir ‘En los extramuros del mundo’. “Un día vino con unas hojas y dijo que quería publicar un poemario, nosotros le dijimos que vaya donde Milla Batres, como quien lo manda al carajo, porque sabíamos de la exigencia del editor, pero a la semana siguiente regresó con la noticia de que ya habían acordado la publicación”, cuenta Tulio Mora en el libro ‘Hora Zero, la última vanguardia latinoamericana de poesía’.

Existe toda una leyenda en torno a cómo se escribió este libro. Se ha dicho que durante mucho tiempo lo había venido preparando, que fue escrito en torno a una depresión, que Verástegui ya estaba loco por esos años. De hecho, el largo cabello ensortijado y enredado que poseía –una enorme mata de pelos rebeldes de la que hoy apenas queda algunos rastros–, su aspecto desaliñado y sus primeras experimentaciones con la filosofía y la matemática, además de los cigarrillos de marihuana que consumía con avidez, le ganaron la fama de poeta maldito que escribía versos bajo los efectos del alcohol o las drogas.

Lo cierto, o lo que Verástegui recuerda, inventa, depura y construye como cierto, es que el poemario lo escribió ya en Lima: “Yo escribí esos versos mientras me movía por la ciudad, en mi cuarto, en los bares, hasta en el Centro Federado de Economía. Eran tiempos decisivos, cruciales, momentos importantes en el que todos teníamos que decidir si éramos de un bando o de otro”.

“Estábamos todos locos, queríamos cambiar el mundo, dinamitar la poesía de esa época, trasgredir la literatura… estábamos locos, pero eso era lo mejor que teníamos”, dijo alguna vez Roger Santibáñez refiriéndose a los de su generación, los Hora Zero. Ñique de la Puente, amigo de Verástegui desde que ambos hacían política en San Marcos, es menos romántico en su comentario: “Verástegui y los Hora Zero nacen para satisfacer una necesidad, la coyuntura intelectual y cultural del país requería un fuerte cambio, algún movimiento que señalara el estado de putrefacción en que se encontraba la sociedad de ese entonces”. Para Ricardo Falla todo esto ha perdido sentido: “¿Generación, cuál generación? De mi generación es la que menos me interesa hablar”.

Actualmente Enrique Verástegui vive en la casa de sus hermanas. “Ellas son cristianas, le tienen miedo al Enrique poeta, porque dicen que todos los poetas son borrachos”, me dice mientras al fondo de la sala un muchacho ha encendido la computadora y el volumen interrumpe la conversación. Enrique lo mira y no le dice nada, la bulla continuará todavía una media hora, mientras tanto él se ha servido otro vaso del yogurt que me pidió que le trajera. Ahora no bebe ni fuma y sus salidas son cada vez más escasas.

-¿Qué está leyendo por estos tiempos?

- El ‘Tao Te Ching’ de Lao Tsé, un libro sobre el amor y el sexo. La cultura oriental es superior a la occidental, esta está putrefacta. Solo la poesía o las matemáticas pueden salvarla, aunque no sé si salvación sea la palabra precisa, porque este es un concepto cristiano, y aunque yo no creo soy católico, creo en Dios y en Cristo…

De rato en rato alguna pregunta lo lleva a lentos monólogos en los que mezcla situaciones inverosímiles con hechos que ya son parte de su historia: delirios de persecución, amores pasados que lo motivaron a escribir, amigos que ya no lo visitan, sus líos con algún escritor muerto, su ex esposa, su hija, sus libros, el tiempo en que los ha escrito, el tiempo que dedica a leer: tiempo perdido, malgastado, bien empleado. “No me arrepiento de nada, ni de lo que he escrito, ni de lo que he vivido”.


A Enrique le molesta que solo lo sigan recordando por su primer poemario. “Es solo la prefiguración de le ‘Ética’, todo lo demás viene después”. Y aunque ahora se dedica a escribir ensayos filosófico-matemáticos, me cuenta que cada cierto tiempo vuelve a la poesía, “porque uno no puede desligarse de ella”.

El final de la conversación girará en torno a un reportaje que le hicieron hace poco para una revista, donde al parecer lo dejaron mal parado, describiéndolo sin dinero, medio abandonado, medio loco “una falta de respeto, todo lo escrito allí es totalmente falso, yo no ando mendigando dinero, yo ando bien, no estoy loco”.

Yo le creo, Enrique.

11 de setiembre


Muchos años después (100, 500 ó 1000... dependiendo de cuánto tiempo le quede al planeta antes de explotar), las generaciones futuras vivirán el 11 de setiembre como ahora se vive el 10 o el 12 del mismo mes. La caída de Catalunya, el atentado a las torres, la muerte de Krushev o el asesinato de Allende (y con él, la muerte de todo un sueño generacional) sólo serán breves líneas en un gigantesco, enorme e inteligible libro de historia que permanecerá olvidado y empolvado al fondo de una biblioteca que ya nadie visita. "Dentro de un siglo seremos esa historia de colegio que aburre a los niños porque ya pasó", diría Silvio... dentro de un siglo seremos la sentencia de algo incierto, la memoria del silencio, un rumor esparcido en el vacío, una leyenda con muchas versiones que ya nadie sabe contar.

Claudicar ante la promesa de ser virtuoso...

Si claudicara, todo sería más fácil. Aceptaría los placeres sin el molesto sonido de mi conciencia diciéndome: mientras disfrutas, dañas a alguien. Si pudiera hacer lo que solo mis impulsos dictan, no camuflaría esta desazón por hacer lo que se puede, más no se debe hacer. Si claudicara en el intento de ser virtuoso, mis manos ya no temblarían al apretar el gatillo, al anudar la horca o al afilar el cuchillo. Porque esta vez me he sentido más cercano al abismo y el problema de retar esa abrumadora proximidad, es que a veces, uno se termina lanzando solo para probar.

Si claudicara, ya no tendría miedo de acercarme y preguntarles sus nombres. Tampoco rechazaría las invitaciones para el retozo erótico de los cuerpos sin rostros. Me uniría al clan de los insalvables que creyendo engañar a todos, solo se engañan a sí mismos. Sí, sería un canalla, un maldito hipócrita que sonríe sabiendo que cuando voltees te clavaría una daga en la espalda. Sí, sonreiría y mi máscara se volvería más sólida, ya no solo cubriría mi rostro, sino también mis manos, mi espalda, mi ombligo, mis vellos y mi rojo glande que uno de esto días explotará.

Pero yo no quiero renunciar. Y sin embargo hacia allí me dirijo. Digo no con una mano, pero inmediatamente con la otra borro lo dicho. Y queriendo salvarme, me pierdo más. Y queriendo ayudar, problematizo más. Y sin saber cuál es mi destino, me siento en una banca del parque oscuro y tratando de que nadie me reconozca, enciendo un cigarrillo que se acaba rápido y lloro desconsoladamente, lloro como si hubiese perdido algo, pero ese algo nunca lo tuve, nunca fue mío… ¿entonces de qué lloro?

Y allí estoy sentado, esperando que venga alguien o algo a decirme qué hacer. Jugando con las hormigas que han formado figuras extrañas y hasta familiares: un rostro arrugado de mujer, unos libros que perdí, las lágrimas de un niño, la melancolía de esta tarde.

Cuando pasen esta noche por allí y me vean sentado, sucio y cansado, no se me acerquen. Hoy quiero estar solo y seguir hundiéndome en esta diatriba: ser o no ser virtuoso.

La historia no nos pertenece

La historia no nos pertenece... La historia es de quienes la han padecido verdaderamente: aquellos que se quedaron solos, los que vivieron atormentados, los anómalos que justificaron su vida en algún vicio, los que padecieron la orfandad, el aislamiento, el dolor, la enfermedad, la demencia.

Los hombres que nadie entendió, los infelices: a ellos pertenece y solo de ellos está compuesta la historia. Nosotros –seres mediocres que viven en una burbuja de abaratada imitación, no quedaremos registrados en la Historia. Desde nuestra cómoda posición en la vida, no hemos padecido, ni contemplado, ni siquiera imaginado la verdadera dimensión de la vida. La desconocemos, la ignoramos, no nos importa… por ello, seremos olvidados. Los hombres sin historia no son la historia.

Una palabra para ti


Siempre supe que te encontraría
en alguna vieja calle de Lima
desde entonces
preparo cuidadosamente nuestro encuentro.

María Emilia Cornejo, A mitad del camino recorrido


Pienso en una palabra para ti y no se me ocurre cuál nombrar. Sé que la palabra podría ser un sentimiento o un sueño, una idea en común o una experiencia, una habitación o un color, un nombre o un lugar. Pienso en una palabra para ti. También puede ser una palabra que no signifique nada, una inventada, una que nunca se inventó, una que se inventó pero que nunca se usó. Un grito, un gemido en agudo, un gemido en grave. ¿Qué palabra prefieres? Y no me atrevo a nombrar ninguna. Solo me atrevo a nombrar letras, solo algunas, por ejemplo una H, pero esa no necesitaría nombrarla por ser silenciosa y eso es como decir nada. Una A tal vez, pero sentiría que copio las letras que antes otros ya te nombraron. He intentado decirte Q, R o W… pero nada da con lo que quiero expresarte, nada se acopla firmemente.

Así que busco una palabra para ti. Nada sencilla, nada ostentosa. Que sin decir mucho ya diga bastante. Que pareciendo vacía esté repleta. Que no estando allí, esté. Una palabra que no por recordarse, se olvide. Una palabra que no tenga una significación real, pero que no caiga en los laberintos de lo abstracto. Una palabra que sea un laberinto con salida fácil. Una palabra que sea una larga historia, complicada y terrible, pero con final feliz. Una palabra que ilusione a los niños como a los viejos. Una palabra en la que crean aquellos que ya no creen en nada. Una palabra para los que perdieron a los suyos, para los que se perdieron a sí mismos. Una palabra que designe tus acciones, tus gestos y tus movimientos; pero que a su vez designe tus sentimientos, tu razonar y tus sensaciones. Una palabra para ti.

Sigo buscando una palabra para ti. Que no por ser buena, esté finalizada. Una palabra que pueda completarse, a la que siempre que se le recuerde se le pueda añadir algo nuevo. Una palabra que también tenga música incorporada, que de vez en cuando pueda cambiar de color. Que tenga mil formas de uso y que las personas las sepan sin necesidad de que alguien se las explique. La palabra que no caiga en desuso, que no pueda clasificarse. Una palabra que no necesite mencionarse. Una palabra para ti. La palabra perfecta, la adecuada, la que sea capaz de matar, de crear. La palabra que te evoque completamente, para que cuando ya no estés yo la mencione a media voz y aparezca todo lo que eres, o lo que fuiste, o lo que serás. Una palabra que solo tú y yo entendamos, pero que todos sepan de su existencia, intuyan su necesidad, crean imprescindible su creación. La palabra. Busco una palabra para ti.



Afinar la guitarra, lustrar los zapatos, descargar música, hincarse los brazos, calcular cifras, redactar presupuestos, agregar tu número telefónico, evitar hablar contigo, desesperarme por su ausencia, comer despacio, cuatro cucharadas de azúcar, contar el pasaje, pedir dinero prestado, leer sin entender nada, sentir miedo, tragarse el hambre, hacer el crucigrama, sentirme rechazado, dejar inconcluso el sudoku, recortar el guión, alejarse de la señorita que me va a causar problemas, escuchar la novena repetición de lunes por la madrugada, los acordes de desarma y sangra son muy difíciles, escribo para no morir, el reportaje de la semana, la actuación de la semana, los celos de la semana, la soledad del minuto, Borges y su invocación a Joyce, mi alegoría de Caín que perdimos, la soledad acompañada, el libro que nunca leíste, el que nunca te entregué, el que nunca escribiré, la ciudad de madrugada, veintisiete de octubre, el ocho de algo o de alguien, yo vi caminar por las calles de lima…, yo caminaba por las calles de lima, yo he muerto en esas calles, yo y mi otro yo te saludamos, la onceava repetición de lunes por la madrugada, mirarla dormir, recordar la infancia y el desarraigo, los sueños rotos, la tristeza de estar vivo y sentirse muerto, el engañar astutamente, el parafrasear a medias, la disciplina, la disciplina, la disciplina, Tú, esto, ella y él también, sudar, sangrar, orinar, llorar, eyacular, vomitar, cagar, hoy, la luna en febrero, la luna en octubre, no es verdad este amor, más allá de toda pena siento que la vida es buena, jugando a creernos libres, seguir lustrando los zapatos, el disco aún no descarga, corregir los signos de puntuación, escuchar un aullido a lo lejos, recordar que mi madre decía que eran avisos de malas noticias, reírme de esto, la repetición número catorce de lunes por la madrugada, siento la emoción de haber dejado lo mejor, malas noticias, ojalá que sea así.

LA FUNCIÓN ETERNA

El escenario está vacío. Las luces, apagadas. Se escuchan algunas melodías de Einaudi que –durante el transcurso del silencio y antes de que se hable– irán incrementando su volumen. Aparece el hombre en escena. La luz cenital va encendiéndose sobre él, con suavidad, con miedo: tiene los ojos cerrados y su rostro revela cierta cicatriz melancólica que el maquillaje no ha podido disimular. Trae un pantalón que más tarde se destrozará, unos zapatos negros perfectamente lustrados y unas manos cansadas, de un rojo obsceno. Tiene el dorso desnudo. Todos lo miramos con reprobación, con asco, con lujuria. A algunos, el estrépito de la música (para este momento ya debe sonar en toda su magnitud) empieza a incomodar a algunos. El hombre abre los ojos, camina hacia los espectadores. La música termina y con tono solemne, casi indiferente, dice hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad, al finalizar la frase desliza una sonrisa irónica de la que aún muchos años después se seguirá hablando. En ese momento nadie entenderá el gesto, después tampoco. Repite nuevamente la frase, vuelve a cerrar los ojos. La función ha empezado. Nunca acabará.

Hoy no va a ocurrir nada


Hoy no va a ocurrir nada. Las señales que marcamos en las puertas no nos salvarán de la peste. No servirán los cánticos que creamos para no enfadar a dios. Mis manos no te humedecerán esta tarde. Y ella no sonreirá al recibir su regalo. Hoy no va a ocurrir nada. Tus delicadezas de puta instaurada no terminarán por convencerte. El llanto del niño sin padres nos conmoverá. Y al anochecer, no habrá luna. Hoy no va a ocurrir nada. Lara no encontrará refugio para esconderse. Esteban no morirá ahogado. Hebaristo no se consumirá de amor. A Leopoldo no lo engañará su mujer. Alejandra no le volará los sesos a sus padre esta noche. Yerma tendrá un hijo. Martín no acuñará tropos. Y él leerá tu saludo de cumpleaños con una sonrisa de superioridad: pobre niña estúpida que aún cree en mí. Hoy no ocurrirá nada. Los asesinos se tomarán un descanso. El robo fiscal tendrá bajas. Ninguno gemirá. No habrá sangre en la escena del crimen. No habrá agua para beber; preservativos para usar; vida para joder. Estaré cansado, celoso, absurdo. Estarás muerto, distante, incierto. Estará neutral, solo, sin lamentos. Estaremos sufriendo, llorando y contentos. Hoy no va a ocurrir nada... mañana tampoco.