Frases sueltas de algunos cercanos


  • Lo aprecio mucho, como a la moneda de 10 centavos que olvidé entre dos clips y dos polillas disecadas…

  • (…) bah… en definitiva, con usted no se puede estar tranquila.

  • Es que sólo intento derretirme en tus manos.

  • Se siente tan raro usted dentro de mí. Como si fuera un espasmo que intenta desvanecerme…

Y sucede que quiero escribir.

Pero aún no es tiempo de contar, de revelar los secretos.

Todavía no se deben descifrar los sueños.

Falta más vida, faltan aún más caricias, más esperanzas, más muertes.

 

Nada de lo que diga ahora y aquí será cierto.

Nada de lo que te escriba deberás creer.

Nada de lo que lamente, importará ya.

 

Me escondo porque hay mucha gente, mucho bullicio en las mañanas.

Ya olvidé cómo enfrentarme a los objetos, a la verdad.

Y el “camina” tal vez sólo fue un llamado para ti.

 

Tal vez sólo fue una apología de mi padre, un consejo, una felicitación a él.

Y aunque el ojala se volvió terrible, el maldecir aún es parte de mi crisis.

Esta vez no te voy a pedir que descubras mis manos, ni que liberes mis tierras.

Eso ya se perdió en algunos delirios de mujeres enigmáticas.

Hoy sólo te comparto mi pedazo de manzana envenenada.

Mi zapato roto, mi máquina de afeitar gastada.

Te regalo mi cuerda rota (vale mucho: fue la primera que aprendí a tocar).

Te regalo los discos que perdí.

Mis caricias de este verano que me cuesta soportar, mis maltratos de pedante soñador.

El balón con el cual nunca aprendí a jugar, es tuyo.

Las fotos amarillas en las que salgo bien peinado, con camisa dentro del pantalón y sonriendo.

Mis vómitos madrugadores.

Las canicas de mi infancia.

Son tuyas todas las mariposas que jamás coleccioné. Todos los sueños que jamás cumplí. Todos los orgasmos que no logré.

 

La pared es inevitable, alguna vez podré comprar el cincel.

Fito suena y sus mariposas technicolor me iluminan la noche.

Esta vez no jugaré al póquer.

Ya no faltaré a clases.

Leeré todo lo encomendado y seré fiel.

 

Y seguiré jodiéndote todas las noches.

Con mis preguntas, con mis burlas.

Escribir y conjugar como quieras, Gabriela.

Amo sus poemas.

 

Celebraremos el sexo sin restricciones.

Haremos el amor en tu azotea.

Con tus padres durmiendo al lado.

Tomaremos las botellas sin pagar.

Fumaremos y nos robaremos el encendedor, ojala logremos encender el sol.

 

Invitaremos a las sombras y te besaré bajo la prohibición de tus labios L.

Apostaré los preservativos, el reloj del abuelo y el libro de acordes.

Venderé la idea del cuento  nuevo.

No podré terminar -nuevamente- el viejo.

Y mañana nos levantarnos tarde.

Y mi madre nos mandará una granputeada.

-tienes que ir a trabajar, vago-

En fin, seguiré disfrutando de tus poemas, de tus engreimientos, de tus besos, de ti.

Y lloraré las frustraciones, las mujeres con sombrero, los continentes mal liberados, las llamadas sin contestar.

Los cigarrillos se acaban, el disco de Fito se detiene. Ya me voy a soñar las húmedas realidades que alguna vez, alguna vez…, alguna vez… ninguna es.

 

Y trataré de escribir.

La conversación literaria es mi máxima diversión social...

Nuevamente un decálogo...

Nuevamente traspaso aquí algunas "normativas" -preferiría llamarlas sugerencias- del gran Ribeyro, dedicado exclusivamente a quienes nos aventuramos (no sé porqué me incluyo) por el sendero secreto, oculto, cuasi intrincado y algo imprevisible de la creación de cuentos.

Esta vez se le debe el agradecimiento al innato creador irónico, Epidemor (SANGRE Y CENIZA), quién en el post anterior a este, sugirió la idea... 

Disfruténlo y por supuesto, como el mismo Ribeyro escribe después de este decálogo, transgredanlo, o mejor aún creen el suyo propio.


DECÁLOGO PARA CUENTISTAS 
Julio Ramón Ribeyro


1. El cuento debe contar una historia. No hay cuento sin historia. El cuento se ha hecho para que el lector a su vez pueda contarlo.

2. La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada y si es inventada real.

3. El cuento debe ser de preferencia breve, de modo que pueda leerse de un tirón.

4. La historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar o sorprender, si todo ello junto mejor. Si no logra ninguno de estos efectos no existe como cuento.

5. El estilo del cuento debe ser directo, sencillo, sin ornamentos ni digresiones. Dejemos eso para la poesía o la novela.

6. El cuento debe sólo mostrar, no enseñar. De otro modo sería una moraleja.

7. El cuento admite todas las técnicas: diálogo, monólogo, narración pura y simple, epístola, informe, collage de textos ajenos, etc., siempre y cuando la historia no se diluya y pueda el lector reducirla a su expresión oral.

8. El cuento debe partir de situaciones en las que el o los personajes viven un conflicto que los obliga a tomar una decisión que pone en juego su destino.

9. En el cuento no debe haber tiempos muertos ni sobrar nada. Cada palabra es absolutamente imprescindible.

10. El cuento debe conducir necesaria, inexorablemente a un solo desenlace, por sorpresivo que sea. Si el lector no acepta el desenlace es que el cuento ha fallado.

“La observación de este decálogo, como es de suponer, no garantiza la escritura de un buen cuento. Lo más aconsejable es transgredirlo regularmente, como yo mismo lo he hecho. O aún algo mejor: inventar un nuevo decálogo”, JULIO RAMÓN RIBEYRO.


Decálogo del perfecto cuentista


Reviso el blog de un extraño conocido y recuerdo aquel singular y preciado reglamento que alguna vez hallé. 

Recuerdo que José C. me había hablado de El almohadón de plumas, y que en su interminable emoción -algo enredada- por narrar el relato de Quiroga, terminó contagiándome cierta intriga por el autor. Poco tiempo después, un enigmático Franz-en-grises completó la hazaña provocadora, al introducirme por completo en la inseguridad de no poder seguir hablando, leyendo o pensando sin antes haber leído "Cuentos de amor de locura y de muerte".

Recuerdo entonces que emocionado me fui al oasis cuasi paradisíaco llamado Amazonas -para ese entonces Quilca ya había empezado a copiar los modos caros, el estilo respingado y el precio exorbitante de Crisol, El virrey, La familia-. Allí encontré una buena edición de Mestas -aunque Víctor la desprecie, es una respetable editorial-, pero me sorprendí tremendamente cuando ya en casa, leyendo el prólogo de un tal Golocheca, este mencionaba el DECÁLOGO DEL PERFECTO CUENTISTA, escrito alrededor de 1927, por Horacio Quiroga.

Quedé impresionado por este escrito, que a modo de ironía, intenta ser una intensa sugerencia para aquellos que intentan -intentamos- escribir, redactar, parafrasear, desarrollar, ficcionar, crear.


DECÁLOGO DEL PERFECTO CUENTISTA:
(Horacio Quiroga, 1927)

I

Cree en un maestro -PoeMaupassantKiplingChejov- como en Dios mismo.

II

Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

III

Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia

IV

Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V

No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra a dónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

VI

Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

VII

No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII

Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

IX

No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino

X

No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.


A veces entran unas ganas de ser un insurgente. Levantarse contra la autoridad, contra dios, contra mí.

Simples y pequeñas ganas de mofarse en la ira del doloroso y llorar junto al ladrón su mal robo.

Vanalidades de estudiante que cree saberlo todo y que lee pero no entiende, peor aún, no aplica lo leído.

Conatos de revolución, contestatarios calvos, melancólicos niños que juegan a dirigir masas.

Músicas de madres llorando, conjugaciones incorrectas, jeanes rasgados y zapatillas sucias.

Barbas crecidas, pedir la palabra en asamblea, jugar al orador, conveniencia…

 

A veces me entran unas ganas de ser un insurgente… felizmente que se van pronto.

Rutina

Un temblor remece la escena, se mueve el escritorio y sobre este el tonto monitor, la imagen de los palestinos muertos se ve graciosamente asquerosa al temblar. Silencio, algún grito que no entiendo y las ganas de besarte de nuevo. Enciendo el último cigarro, lástima que se acaben,  Drexler suena en la radio y subo el volumen. Primer golpe, qué bien navega este roñoso humo sobre mis pulmones. Ansiedad, temor, sueño. La música suena rayada y el disco se detiene y Drexler se calla, miro el video otra vez: harta sangre, sangre, sangre como la que ayer me brotó del pulgar izquierdo. Segundo golpe: suavidad en el paladar. Coloco el cigarrillo en el cenicero y escojo otro videíto que acreciente mi preocupada y morbosa solidaridad con el débil. Desato los pasadores, quedo descalzo. Suena el celular y es un mensaje tuyo. Te leo, me gusta leerte. Trato de arreglar el disco, pero este ya no suena, cosa curiosa la de estas máquinas. Bostezo, retomo el acercamiento al cáncer pulmonar: tercer golpe. Alguien se me acerca y me pregunta si sentí el temblor, le digo que no. El cigarrillo está acabándose. Los perros ladran a lo lejos, me regaña por fumar. Espero verte después. Suspendo la estúpida máquina que me conecta con el resto del mundo y busco un libro, Cortázar o Borges o Anónimo o Bryce, alguno que calme la angustia. No puedo leer. No puedo dormir. Busco otro cigarrillo, pero ya no hay, recuerdo que acabo de fumarme el último. Ansiedad, temor, sueño. Enciendo nuevamente la máquina.

¿Y si no quedara nada? ¿más valdría que lo dejaramos todo y nos marcharamos?




Ya no quedan manos, nos la tuvimos que comer.

Ya no quedan pies, se gastaron en la huida.

Ya no quedan ojos, se acabaron por tanto buscar.

 

Ya no quedan tierras, todas se convirtieron en cristal.

Ya no quedan sentimientos, los tuvimos que vender.

Ya no quedan dioses, los tuvimos que matar.

 

Ya no quedan ideales, no hay tiempo para ello.

Ya no quedan sistemas, explotaron por la confusión

Ya no quedan hombres, se asesinaron entre ellos.

 

 

.

C R E E R ... ¿en qué?

A Alfredo, como casi siempre: 

“…Habrá que creer, habrá que creer
en Cristo, en la paz o en Fidel.
Habrá que creer, habrá que creer
en algo o en alguien tal vez…”

Alejandro Filio
“Habrá que creer”

 

Se podría creer en seres sobrenaturales que lo pueden todo, que es de simpleza común para ellos el destrozar naturalezas, mutar humanos, designar destinos, sacrificar cuerpos. Pero no sucede así, nosotros rechazamos la aceptación  casi natural de aquellos que se proclaman protegidos por personajes inexistentes, ficcionarios de historias ciertamente fabulosas. Se rechaza y se niega la subsistencia de divinidades paradisíacas, egos infernales, alados asexuados, arcángeles celestiales, dioses olímpicos, sátrapas gloriosos.


También deberíamos entregar la pureza de nuestra creencia -católica y erróneamente llamada fe- a aquellas personas que encaminaron un tiempo, una idea; que revolucionaron la historia, que dinamitaron tanto sectarismo, tanto abuso. Ídolos de la muchedumbre, que con sus nombres se armonizan cánticos de esperanza, de buen futuro. Héroes del pueblo -de los sectores marginales a los que se les debe creer todo- que luego gobernarán, diputarán, joderán. Gran fracaso. Aquellos hombres que por dichos o por hechos fueron venerados tanto, no deben olvidar que casi iban solos, cuando conquistaron la emoción que ahora es de todos. No debe olvidar –aquel mortal que ahora es festejado, respetado- por qué es que le quieren, por qué hoy es proclamado por encima de otros seres.


Incluso en sentimientos, pasiones y sensaciones podríamos –y hasta deberíamos- creer. Recuerdos subjetivos que determinan algunas ilusas y constantes situaciones. Confianza en lo que se siente y no en la que se piensa. En lo instintivo, en lo prematuramente  relativo. La tristeza del ayer, la melancolía del amor perdido, el alegre retoño en abril, las dulces manos de ella, los ojos preciosos de aquel que te miraba tanto, la excitación que palpitó en tus manos cuando desabrochaste eso, la sensación extrasensorial que experimentaste la otra noche cuando te descubriste íntegramente, la incertidumbre del futuro, la fuerza en la voz de Joplin, la belleza en los versos de C. C., la ironía con que lees, la terrible incredulidad que ahora me embarga.  Podríamos creer en esto, en eso y en aquello, pero los sentimientos, las pasiones y las sensaciones son poca cosa para seres tan complicados como nosotros.

 

Y si no se creen en dios con su unicornio azul, y si tampoco se cree en la mujer que dirigía aquella protesta apasionadamente juvenil, y si tampoco se cree en el irónico, funesto, utópico y tan doloroso amor… ¿En qué se ha de creer?

Más sobre el desastre...



Será que a la más profunda alegría
me habrá seguido la rabia ese día,
la rabia simple del hombre silvestre,
la rabia bomba, la rabia de muerte,


la rabia imperio asesino de niños,
la rabia se me ha podrido el cariño
la rabia madre, por Dios, tengo frío,,


la rabia es mío, eso es mío, sólo mío,
la rabia bebo pero no me mojo,
la rabia miedo a perder el manojo,


la rabia hijo zapato de tierra,
la rabia dame o te hago la guerra,
la rabia todo tiene su momento,



la rabia el grito se lo lleva el viento,
la rabia el oro sobre la conciencia,
la rabia —coño— paciencia, paciencia.




La rabia es mi vocación.



Aquellos intersadops en el problema, pueden revisar http://gazatoday.blogspot.com/

Sobre Eros en los libros...

Por estos tiempos he redescubierto los libros eróticos. Escritos de temática, color, olor y hasta sabor diverso que alguna vez me introdujeron a la complicada, diversa y extraña vida sexual.

Entonces yo era un chiquillo acostumbrado a revisar periódicamente las páginas de algún blogger-amigo que con sus escritos, incitaba en mí la revolución hormonal y esas consecuencias semi-placenteras que ciertas sensaciones -adolescentes y remotas-producían. En fin, recuerdo incluso que intenté iniciarme por ese oficio –el de escribidor de relatos rojos-, pero fracasé en el intento, debido a mi poca experiencia sobre el tema.

Me internaba por muchas horas en la Biblioteca Nacional para buscar y filtrarme alguna novelita de corte sexual que pudiera aliviar mis sueños, mis sudores, mis situaciones. Descubrí entonces a Mempo Giardinelli y su Luna caliente, los cuentecillos rusos de algún prócer soviético cuyo nombre extravié (prócer porque seguramente su libro “obsceno” fue vetado en su natural Rusia), al infaltable Felipe Trigo (del cual recomiendo un relato breve –que espero copiar pronto a este remoto espacio de la red- llamado Las ingenuas). En cuanto a los escritores nacionales, debido a mi poco conocimiento de buenos narradores, me aislé en la fácil lectura de Jaime Bayly y su Noche es virgen, Aquí no hay poesía y No se lo digas a nadie.

Además me interné en los senderos de la poesía erótica, explícitamente en los senderos lorquianos. Federico me enfermó con su Casada Infiel, con su Preciosa y el aire –en general todo el Romancero Gitano posee caracteres eróticos, sexuales, con la luna como fondo y el húmedo viento rozando la piel de quien narra–.

Conocí entonces el Kamasutra (gran decepción al comienzo, pues esperaba más “imágenes”, pero poco a poco entablé una lectura casi religiosa del libro poseedor de tan solo 8 imágenes y que predica todo un ritual higiénico, de alabanzas y de respeto hacia el cuerpo). El Decamerón y sus narraciones pintorescas, me permitieron conocer lo sutil y lo metafórico que podía llegar a ser el sexo y las relaciones íntimas.

También pude leer, esto gracias a la recomendación de un buen profesor de religión –de esos escasos que no son sectarios, ni predican a ciegas-, el recital bíblico llamado Cantar de los cantares, bello poema de entrega amorosa que recién entendí y respeté muchos años después -cuando ya contaba con la cabeza fría- ya que por los tiempos en que lo leí por primera vez, andaba buscando carnes, situaciones descaradas y alguna que otra realidad extracotidiana.

Fue así como creí volverme un conocedor medianamente bueno de la literatura erótica, a mis catorce años me dediqué a la distribución gratuita de este tipo de material: regalaba escritos de Giardinelli, de Lorca y de mi favorito Trigo; repartí las pocas imágenes del Kamasutra, me creía el erudito que desarrollaba en los demás el conocimiento sobre sexo. Los compañeros de colegio me buscaban, y cuando me escaseaba el dinero –que era casi siempre-, ellos pagaban de su bolsillo las copias; se volvió una especie de ritual el que cada lunes -en plena formación escolar- yo pasara las historias a los conocidos y estos a los suyos, hasta hacerse una larga cadena de jóvenes sedientos de ficciones que aún no realizaban.

Hasta que nos descubrieron, mejor dicho me descubrieron. Condicionaron mi matricula,  llamaron a mis padres y me enviaron al psicólogo. A todo esto se le deben adicionar una serie de consecuencias que enmarcaron mis últimos años de estudios escolares: los profesores me miraron mal –más de lo que ya era costumbre-, las señoritas se alejaron de mí –aunque hubieron algunas tentadoras que se acercaron más-, el psicólogo me creyó primero pervertido, luego malcriado y por último -después de una serie de análisis entre los que  comprendía la interpretación de manchas, tic-tacs, y preguntas estúpidas-  dictaminó en mí a un joven rebelde con trastorno obsesivo compulsivo.

Terminé olvidando mis cultas difusiones. Lo que leía era ahora sólo para mí. Dejó de importarme el espíritu de solidaridad hacia los demás. Al mismo tiempo, los compañeros empezaron a buscar por su propia cuenta, se abrieron camino al andar.

Poco a poco fui cambiando la lectura de los textos eróticos, por otros escritos que también despertaron en mí ciertas sensaciones extrañas. En esto influenció el cambio cualitativo y cuantitativo que produjo el paso de la teoría ala práctica. Así, me interné por el maravilloso realismo mágico y su Gabito, Varguitas, el tío Julio y el Fuentes. Baudelaire me instaló en el simbolismo; leí a la generación perdida, la cual no tiene nada de perdida y sí de encontrada; frecuenté la narrativa contemporánea y todas esas líneas literarias que me desdoblan los sueños, que te encantan el ánimo, que te enardecen el espíritu literario.

Olvidé la literatura erótica y viví aparentemente tranquilo entre los clásicos nada morbosos y de experiencia menos sensual.

Hasta hace unos meses en que César V. –en un terrible y complicado viaje en combi limeña- me habló de Kawabata y sus magistrales País de Nieve, La bailarina de Izu y La casa de las bellas durmientes; además me reveló a G. Cabrera I. y su Habana para un infante difunto, me acercó aún más al Marqués de Sade, de quién ya había escuchado algo, y terminó acrecentando mi curiosidad por Elogio de la Madrastra de Vargas Llosa.

Fue así como entusiasmado por el recuerdo de los años iniciales, regresé -buscando ahora un placer estético más que corporal- a la lectura de relatos eróticos. Ayudado por José C. me introduje en el mundo asceta, casi onírico, de las féminas creadas por Kawabata. Jhony pudo orientar mi lectura del Elogio..., lo leí en una solitaria, calurosa y silenciosa tarde sanmarquina.

Adicioné a mis lecturas las Memorias de una pulga, de autoría anónima –bendito aquél (o aquella) que la escribió y, que para darle un carácter más erótico, vedó su nombre-. Releí Luna caliente. Rebusqué entre mis papeles y no pude hallar algún ejemplar de ese ruso olvidado. Entendí el Cantar de los cantares -bueno, eso creo-. Ahora ahorro dinero para adquirir Filosofía en el tocador, de Sade.

Encontré en Víctor a un confiable seguidor de este tipo de Literatura. Con él compartí los primeros textos reencontrados. En conversaciones en los carros –mientras la gente escuchaba a viva voz las historias eróticas y deducía automáticamente nuestra enfermedad psicopatológica- intercambiamos interminables gustos por las heroínas, por los estilos de narración, desagrados por los finales y hasta opiniones para mejorarlos.

Es así que finalmente vuelvo a disfrutar de este tipo de literatura, sutil, sensual, descaradamente buena. Pido a quienes lean este escrito, la recomendación de algunos textos que se acerquen a los temas tratados. Todo será bien recibido, así podré empezar mi labor difusora nuevamente.



***

IS - RAEL = ES - REAL


Yo escuchaba a Joplin, me seducía en su música, en la vitalidad de su voz. 
Pero ella insistió en que mirara el video, en que lo observara y tratara de difundirlo lo más pronto posible. En fin, yo accedí y vislumbré aquello que hoy comparto.

No sé mucho de conflictos internacionales, tampoco estoy al tanto de quién, cómo o porqué se inició esta guerra. Que si Gaza, Palestina, Egipto, Israel, la Unión Europea o el ejército de liberación internacional de la ONU. la verdad que como ella misma me dijo "a veces es necesario mostrar cosas bastante fuertes para que la gente reaccione".

Nosotros hemos conocido la desesperación.
Nosotros que hemos conocido la angustia.
Nosotros que convivimos con la muerte.
Nosotros que vivimos sollozando y morimos sonriendo.
Nosotros... 
nosOTROS... 
¿nosotros?

Canción para mi muerte (Sui Generis)




Hubo un tiempo que fue hermoso
y fui libre de verdad,
guardaba todos mis sueños
en castillos de cristal.
Poco a poco fui creciendo,
y mis fábulas de amor
se fueron desvaneciendo
como pompas de jabón.

Te encontraré una mañana
dentro de mi habitación
y prepararás la cama
para dos.

Es larga la carretera
cuando uno mira atrás
vas cruzando las fronteras
sin darte cuenta quizás.
Tomate del pasamanos
porque antes de llegar
se aferraron mil ancianos
pero se fueron igual.

Te encontraré una mañana
dentro de mi habitación
y prepararás la cama
para dos.

Quisiera saber tu nombre
tu lugar, tu dirección
si te han puesto teléfono,
también tu numeración.
Te suplico que me avises
si me vienes a buscar,
no es porque te tenga miedo,
sólo me quiero arreglar.

Te encontraré una mañana
dentro de mi habitación
y prepararás la cama
para dos.

Andrea, la que nutre.

Déjame perderme entre tus senderos bifurcados por alguna luz que olvidamos apagar. Permíteme jugar en tus tierras, en tus ojos y entre tus manos. Siente mi mano, vieja pero cálida, sincera, entregada al mundo sin pedir nada a cambio. Lame, bebe, absorbe.

 

Me derrito ante tu cuerpo como la tierra lo hace al viento, me pierdo en tus ideas, en tus pezones, en tus llagas de mujer amada por visitantes nocturnos que jamás entendí.

 

Comamos del mismo plato, sentémonos en el mismo sillón, déjame tocar tus encantos de brava mujer, de dulce y linda fémina que dice “te quiero” al oído, que vulnera mis olores, mis líquidos, mis fragores.

 

Estalla, libera y revuelca mis ojos. Conquista, destruye y renace mi sed. Siembra caricias, orgasmos, bellezas. Piensa, exprime, excita, renueva, ama.

¡OVEUN OÑA ZILEF!

Aún con alcohol en la sangre, medio adormitado por la presencia perturbadora de paisajes extraños, con hambre, ácidamente vivo... recuerdo este pasaje que alguna vez envié a los cercanos.


Que este 2009 sea azul, con ganas de llorar por nimiedades, con harta música de Joplin, con cigarrillos interminables, con libros baratos y regalados, con amor en la sangre, con cervezas sin alcohol, con hambre de sueños, con fuerza, con ganas. 

Que el 2009 sea menos malo que este cabrón, vendido y puto 2008; que se pueda disfrutar los microsegundos de alegría que nos dan, que se pueda romper la venda y la cadena, que se violen los preceptos de las conductas estúpidas, que el niño que juega solo hasta altas horas de la noche ya no llore, que mis manos puedan descubrirte íntegra, perfecta.

Sin cobardía, con color y sabor, entre rayos de vapor y lacrimógenas sin pudor, gritando arte y reclamando vida, conjugando en futuro, escribiendo en pasado, simplificando la luz y memorizando la fórmula exacta para liberar los placeres. Sin olvidar los deseos, las ganas; olvidando el absurdo pensamiento de pasar estos tiempos tranquilamente, sin apartarse de las luchas, convidando la vida, la sed y la esperanza.

Lo siguiente es de Quino.


Pienso que la forma en que la vida fluye está mal.
Debería ser al revés:

Uno debería morir primero para salir de eso de una vez.
Luego, vivir en un asilo de ancianos
hasta que te saquen cuando ya no eres tan viejo para estar ahí.

Entonces, empiezas a trabajar, trabajar por cuarenta años
hasta que eres lo suficientemente joven para disfrutar de tu jubilación.
Luego fiestas, parrandas, drogas, alcohol.
Diversión, amantes, novios, novias, todo,
hasta que estás listo para entrar a la secundaria.

Después pasas a la primaria y eres un niño o una niña
que se la pasa jugando sin responsabilidades de ningún tipo.

Luego, pasas a ser un bebé
y vas de nuevo al vientre materno,
y ahí pasas los mejores y últimos 9 meses de tu vida
flotando en un líquido tibio,
hasta que tu vida se apaga en un tremendo orgasmo…

¡Eso sí es vida!