IMPOSIBLENCUENTRO

Este excrito se me ocurrió cuando conversaba con César A. Chumbiauca (http://vagoletrado.blogspot.com) sobre las vicisitudes que se presentan cuando se desea entablar una conversación con determinada fémina que a uno le agrada. Son pues estos párrafos, propios de César, a quién prometí dedicar este excrito que parodia algún encuentro que intenté tener por ahí.


***


Digamos que en esta última semana he estudiado más que en todo el semestre, y aunque este ciclo ha estado cargado de malos catedráticos, que no inspiran ni medio placer intelectual en uno –de esos que te dictan directamente del libro, desfasados de la actualización cognitiva e improvisando sus clases-; hay que admitir que este ha sido mi ciclo de desbando, uno en el cual solo ingresaba a firmar y a cotejar la vergonzosa cátedra de mis maestros, para luego retirarme a leer feliz un pasaje seudoliterario.

En fin, me encontraba yo en la pequeña, reducida, sobria, comprimida y apretujada biblioteca de Letras –“la ratonera” como diría una intensa y apasionada cercana mía-, tratando de entender las dificultades presentadas por el buen Villena y sus problemas de deducción natural en lógica predicativa de primer orden (para aquellos que entienden, me encontraba en los intercambios de cuantificadores; para aquellos que no, no se preocupen en entender); me encontraba pues estudiando y tratando de entender en una noche aquello que se enseñó en todo un ciclo, cuando me percaté de cierta presencia que me observaba. Es curioso saber que uno se siente observado o mirado por alguien, pero se siente, misteriosamente nos damos cuenta que estamos siendo fijados por alguna presencia, por alguna persona.

Era ella, la misma mujer que hace un par de semanas vislumbré con cierta emoción de saber que leía a Borges y su Historia universal de la infamia, entonces sentí cierto recelo de acercarme a preguntarle por el texto, por su autor, por sus gustos y por toda esa parafernalia comunicativa que uno emplea para hacerse conocido, para obtener cierto messenger o determinado número que más tarde te llevaran por caminos nuevos y oscuras rutas que establecerán los designios propios de un amor nocturno o de una repulsión matinal, teniendo también en cuenta la posible resultante de terminar en una amistad vespertina.

No hice nada aquella tarde, solo me limité a contemplarla desde la otra banca del pasillo. Nos miramos un par de veces, con temor, con recelo, ella con cierta –y justificada- desconfianza por un sombrío muchacho de barbas largas y cabello desgreñado, con aires de fumón al paso; y yo desconfiado de que ella desconfiara de mi aspecto. Jugueteamos con la vista y en más de una ocasión ella emitió alguna sonrisa que en mí despertó algunas ovaciones, y por qué no, también algunas inseguridades: tal vez ella se burlaba de mí, espero que no.

Esta vez sería diferente, tan solo unos metros me apartaban de ella; y creí reconocer en su rostro esa mirada de interés que las féminas de dulce rostro, movimiento sigiloso y andar peculiar como ella, emiten. La lógica se me tornó aburrida, el lápiz se gastó, el borrador terminó opacándose. Las hojas de resolución se acabaron y enigmáticamente ella se levantó rumbo a la puerta de la biblioteca, dirigiéndose al patio de Letras… genial, la ocasión se había presentado.

Salí disparado, con el corazón palpitante, con la emoción apoderada de mis manos abrí la puerta, creo que muchos terminaron insultándome cuando la tiré tras de mí… en todo caso, dispénsenme esta alegría.

Grande fue mi sorpresa cuando no sabía donde estaba, maldición, estas cosas se me perdió… busqué por el segundo piso, por el tercero (allí encontré a algunos conocidos en pleno intercambio salival) y cuando me resignaba a creer que se había retirado, extraviado, la encontré: salía de los deteriorados baños de nuestra ilustre Facultad. Me puse firme, aspiré hondo y me encaminé a interceptarla, a concluir lo que la otra vez dejé a medias, total, nada perdía. Pero terminé siendo interceptado por la compañera de estrellitas en el cabello que me reclamaba mi ausencia en cierta reunión, traté de soltarme, de decirle que ya iba a ir, que ya participaría activamente, pero ella insistió e insistió (hay que reconocer el tesón con que entabla una disputa la compañera). Y ella pasó de largo, con una mirada que abatía, como diciendo: imbécil, perdiste la oportunidad.

Regresé ofuscado a la biblioteca, se había perdido la situación más conveniente para hablar. Pero ella seguía estudiando, leyendo separatas, así que decidí esperar otra fugaz e inesperada oportunidad que nos regala este incierto sino.

Una hora y media después seguía allí, impávida, inquebrantable ante las miradas fugaces que compartíamos, yo me encontraba desesperado y algo atormentado por la posibilidad de que la ocasión nunca se presentara. Para aliviar la impaciencia decidí continuar con mi odisea lógica, poco a poco me fui sumergiendo en ese mundo extraño de la interpretación lógico-deductivo, y descubrí –bastante sorprendido- cierto placer en resolver aquellos ejercicios de razonamiento y deducción matemáticos. Incluso llegué a comparar tal afección sentida, con la que se me presenta por determinada novela o cuento. Cosas mías. El punto es que cuando descansé la vista y el pensamiento, y me incliné para mirar a la musa que estaba despertando en mí tantas pasiones, ella ya no estaba. Ni siquiera sus cosas seguían allí, se había ido.

Encabronado por las jugarretas de esta irónica, cachacienta, cáustica, satírica, virulenta y venenosa situación; salí rápidamente del recinto comprimido. La busqué por el patio, por los jardines, en la fotocopiadora y en las bancas, regresé a los baños, fui al segundo piso, al tercero (a esa hora ya no sólo se intercambiaban líquidos salivales) y no estaba, no aparecía… mierda ¿Dónde se había metido?

Salí de la facultad a comprar un par de cigarrillos que ayudarán a resignarme. La noche, una fina garúa que humedecía mis párpados y las personas que van u viene, sin mirar, sin hablar. Una pareja en la esquina abrazándose, un grupo de jóvenes que juegan el póquer. Enciendo el Hamilton mentolado y la vislumbro. Es ella, con su bolso marrón, el cabello mojado, tocándose las manos y enrumbándose a la puerta de salida, a la calle.

Más calmado me acerco, camino por detrás suyo, me aproximo a su lado y por un par de segundos andamos juntos; estoy listo a iniciar la conversa, el diálogo, el tan esperado encuentro que han provocado las miradas y esas medias-sonrisas que emitimos, y que ahora hacen inminente nuestra cercanía.

Y suena su celular, creo distinguir a Mozart distorsionado por la tecnología. Ella me mira –hay que recordar que estamos caminando cerca- y contesta junto a mí: << ¡Aló!, ¿mi amor?>>. Está de más transcribir lo que sigue en este diálogo; yo dejé de andar a su paso, caminé más lento, ella siguió de frente, conversando con su amor.

Y con la esperanza destrozada, con harta rabia por lo tragicómico de la circunstancia, me retiro, enciendo un cigarrillo. Me voy a seguir estudiando lógica.



9 comentarios:

Gabriela Parra dijo...

Demonios! como puede ocurrir eso?

Nadies dijo...

Jajajajajajajajajajajajaja... Qué fácil caíste.

Menudas sonseras la ilusión y el amor.

Mi más sentido pésame. Pero déjame darte un consuelo: En el mundo de la matemática y en los libros, encontrarás cosas mejores.

Gabriela Parra dijo...

Lo certifico amigo Epidemor...

Sabias palabras estas:
"...En el mundo de la matemática y en los libros, encontrarás cosas mejores."

Triste...pero cierto

DaHída Ayesha dijo...

No sé si fue triste... pero realmente esbocé una sonrisa con tu texto, hombre extraño.

Juego de miradas, cruce de sonrisas, cobardía avalentonada... son enserio una buena señal pero no fiable...

y no necesariamente son menudas sonseras; pero si traicioneras...

Gustavo Ochoa Morán dijo...

Quería citar también a Epidemor, pero se me adelantaron.

Cambiaría la palabra "matemáticas" por "dibujo": carboncillos indiferentes con anticuerpos hacia el amor.

Nadies dijo...

Bueno, en realidad las posibilidades de cambiar esas dos palabras (matemática y libros) son infinitas y dependen de cada uno.

Cesar Antonio Chumbiauca dijo...

Agradecido estoy por mencionarme en el preludio de su relato.

¡ah, caramba! casi, casi la haces...

Anónimo dijo...

me gustaria saber kien es la persona de la que hablas con tanto interes.
L

Oswaldo Bolo Varela dijo...

La mujer de quien hablo no existe, es creada, idealizda, medianamente imagnadoa por un idealizante lector como yo...

Ella es solo un recuerdo remoto de alguna situación ideal que se presentó por allí.